“Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó” (Jn. 20,3-8).
Así hemos pisado la Tierra Santa, muchos por vez primera: cansados, desvelados, con el cuerpo todavía arrastrando el peso del largo vuelo nocturno, con escala en Atenas. Con el alma, sin embargo, en tensión, como si algo nos empujara desde dentro. Y es que San Juan, cuya fiesta hoy celebramos, nos permite participar en una carrera. Lo que relata el Evangelio no es solo la prisa de unos hombres: es el movimiento interior de un amor que no se resigna a la ausencia. Pedro y el discípulo amado corren hacia el sepulcro vacío, hacia un lugar donde aparentemente no hay nada que ver, y sin embargo allí se les revela lo esencial. En la fatiga del camino, en el polvo acumulado, en la piedra fría por la madrugada, Dios ya está hablando.
Juan llega primero, mira y espera; quizás hoy también nos espera a nosotros. Pedro llega después, entra y observa. Hay distintos ritmos en el seguimiento, distintas maneras de acercarse al misterio. Pero al final, cuando el discípulo amado entra, no ve algo diferente: ve lo mismo… y cree. La fe no nace de una prueba contundente, ni de una emoción intensa, sino de una mirada purificada por el amor. En este comienzo de nuestra peregrinación, también nosotros estamos invitados a entrar en los lugares santos no solo con los pies y la cabeza, sino con un corazón dispuesto a creer y con unos ojos interiores bien abiertos… incluso cuando el cansancio nos pese y ese lugar parezca mudo y silencioso.
Señor Jesús, en medio del cansancio del viaje, concédenos la gracia de entrar en tu misterio, y de saber ver, con una mirada contemplativa, lo que no es evidente a los ojos. Que el seguimiento de tus huellas en la tierra, nos haga anhelar más fervientemente el seguirte hasta el cielo. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario