lunes, 1 de diciembre de 2025

CAMINAR A LA LUZ DEL SEÑOR


    “Dirán: Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sion saldrá la ley, la palabra del Señor de Jerusalén (…) Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor” (Is. 2,3.5).


    “Concédenos, Señor Dios nuestro, esperar vigilantes la venida de Cristo, tu Hijo, para que, cuando llegue y llame a la puerta, nos encuentre velando en oración y cantando con alegría sus alabanzas” (Oración colecta de la misa del lunes de la 1ª semana de Adviento).


    El Adviento nos llama a una vigilancia que nace de la luz y se ordena hacia la luz. Esa luz no es la de nuestras calles y escaparates, que en estos días brillan con abundancia, sino la que desciende de lo alto y revela la verdad del corazón. Esa luz —más fina, más penetrante, más exigente— nos invita a mirar con realismo nuestro entorno, nuestra sociedad y nuestras propias motivaciones, tantas veces mezcladas, turbias o autocomplacientes. Cuando Isaías proclama: “Venid, subamos al monte del Señor”, está convocando a un movimiento interior, a una ascensión espiritual por la que aprendemos a leer la vida desde Dios y no desde nuestras sombras. En este sentido, el Adviento es un despertar: un volver a ver, un dejar que la Escritura santa ilumine lo que no queremos mirar y ordene lo que nuestro corazón ha desordenado.


    Pero también es un tiempo para recordar la misión del evangelizador, del pastor, de aquel a quien Cristo confía la responsabilidad de despertar a su pueblo. La Iglesia, en estos días, vuelve una y otra vez al profeta Isaías porque en él reconoce su propia tarea: orientar la mirada, enseñar a leer los acontecimientos desde Dios, interpretar la historia con ojos iluminados y conducir a los hombres a la hondura de la Palabra. Velar no es solamente vigilarse uno a sí mismo: es ayudar a que otros velen; no es solo convertir el propio corazón, sino abrir caminos para que otros encuentren la claridad que procede de Cristo. Así, cuando llegue el Señor y llame a la puerta, no solo nos hallará a nosotros despiertos, sino también a aquellos que, por nuestra voz y nuestra vida, han aprendido a esperarle.


    Oh Jesús, Luz increada que vienes del Padre, mantén despierto nuestro corazón y haz que nuestra palabra, nuestros gestos y nuestra vida entera puedan despertar a otros para ti. Que nuestra mirada, purificada por tu claridad, ayude a muchos a caminar hacia tu monte santo. Amén.

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