sábado, 13 de diciembre de 2025

DORMIRSE EN EL AMOR


    “En aquellos días, surgió el profeta Elías como un fuego, su palabra quemaba como antorcha. Él hizo venir sobre ellos el hambre, y con su celo los diezmó. Por la palabra del Señor cerró los cielos y también hizo caer fuego tres veces. ¡Qué glorioso fuiste, Elías, con tus portentos! ¿Quién puede gloriarse de ser como tú? Fuiste arrebatado en un torbellino ardiente, en un carro de caballos de fuego; tú fuiste designado para reprochar los tiempos futuros, para aplacar la ira antes de que estallara, para reconciliar a los padres con los hijos y restablecer las tribus de Jacob. Dichosos los que te vieron y se durmieron en el amor” (Eclo. 48,1-4.9-11b).


    El texto del Eclesiástico, que se lee como primera lectura de la misa de hoy, presenta a Elías como una figura ardiente, casi desbordante de celo. Palabra que quema, como antorcha. Cielos cerrados, fuego que desciende. Reproche, corrección, conversión. Todo en él habla de tensión espiritual, de combate, de fidelidad exigente. Y, sin embargo, el texto no termina fijándose en el profeta arrebatado al cielo, sino en aquellos que lo vieron. De ellos se dice algo sorprendente: no que murieran, no que desaparecieran, sino que “se durmieron en el amor”. Son ellos —los testigos de la acción de Dios, los que vivieron bajo la llamada profética— quienes alcanzan ese descanso último.


    Dormirse en el amor no es negligencia ni evasión. Es el sueño de quien ha velado bien. Solo puede dormirse así quien ha vivido despierto ante Dios, quien ha gastado la vida en fidelidad, quien ha dejado que el celo purifique el corazón. No es el sueño de la inconsciencia, sino el descanso de quien se sabe amado y entregado. Es un dormir semejante al del niño que se abandona sin miedo porque está en brazos seguros. El amor no adormece la fe; la culmina.


    Aquí se abre un contraste muy fecundo con el Adviento. Se nos invita a velar, a no dormir, a estar atentos a la venida del Señor. Pero esta vigilancia no es tensión nerviosa ni miedo al castigo. Es una espera amorosa. Y precisamente quien vive velando en el amor puede, al final, dormirse en el amor. El Adviento bien vivido no desemboca en ansiedad, sino en paz; no en agotamiento, sino en descanso. Velar y dormir no se oponen cuando ambos están habitados por el amor: se vela mientras dura el camino, y al final uno se duerme en Dios, como quien vuelve a casa.


    Señor Jesús, enséñanos a velar con un corazón ardiente y a descansar en ti sin miedo. Que nuestra vigilancia no sea dura ni tensa, sino llena de amor, para que un día podamos dormirnos en tus brazos. Amén.

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