miércoles, 17 de diciembre de 2025

DEL ÁRBOL DE JESÉ


    “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. Así, las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta el Cristo, catorce” (Mt. 1,16-17).


    Este final de la genealogía no es un mero resumen numérico, sino una clave de lectura espiritual. La historia de la salvación no avanza de forma caótica ni improvisada: tiene un ritmo, unas etapas, unos tiempos que Dios va conduciendo con paciencia. Desde la promesa hecha a Abrahán, pasando por el esplendor de David y la terrible herida del exilio, todo queda integrado en un único designio. Incluso lo que parece fracaso —la deportación, la ruptura, el desarraigo— forma parte del camino que prepara la venida del Cristo. Dios no elimina las sombras de la historia, pero las atraviesa y las orienta hacia la luz.


    La genealogía desemboca en José, el esposo de María, y ahí se produce un giro decisivo. La cadena se interrumpe: ya no hay un nuevo “engendró a”, sino alguien que acoge un gran don. Jesús no nace como resultado automático de una sucesión humana, sino como don gratuito de Dios. Por eso, al final, quien aparece no es un superhéroe, sino José, hombre justo, santo y sencillo, que desposa a María, la nueva Eva, elegida desde la eternidad para ser Madre del Mesías. Dios culmina su obra confiándola a la humildad de una mujer que es “llena de gracia” y a la obediencia silenciosa de un hombre abierto a la gracia. Así se revela que la salvación no se improvisa: madura lentamente, como una semilla escondida, hasta alcanzar la plenitud de los tiempos.


    Así entendida, la genealogía ilumina también nuestra propia historia. Cada etapa, cada herida, cada fracaso o debilidad, cada espera aparentemente estéril, puede convertirse en lugar de preparación. Nada de lo vivido queda excluido si se pone en manos de Dios. El Mesías llega cuando la historia ha sido suficientemente habitada, purificada y abierta. Y sigue llegando hoy, allí donde encuentra corazones que saben acoger más que producir, confiar más que dominar.


    Señor Jesús, Cristo esperado durante siglos, entra también en mi historia; ordénala, redímela y haz de ella un lugar humilde donde Tú puedas nacer. Amén.


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