viernes, 26 de diciembre de 2025

CORONA Y CAMINO


    “Mientras lo apedreaban, Esteban repetía: ‘Señor Jesús, recibe mi espíritu’. Después cayó de rodillas y gritó con voz potente: ‘Señor, no les tengas en cuenta este pecado’. Y dicho esto, se durmió en el Señor” (Hch. 7,59-60).


    Hoy la Iglesia celebra la fiesta del primer mártir, san Esteban. Su nombre significa “coronado”, y así lo contemplamos: coronado por Cristo, porque permaneció fiel hasta el final. Al comenzar hoy mi peregrinación a Tierra Santa, recuerdo que en la muralla de Jerusalén existe una puerta a la que los cristianos llamamos Puerta de San Esteban. Allí, según la tradición, fue apedreado el santo diácono. Jerusalén, por otra parte, significa “ciudad de paz”, pero pocas ciudades han sido tan marcadas por el conflicto, la división y la guerra. Muchas veces las causas han sido políticas, el poder o el dinero; en otras ocasiones, también la religión ha sido utilizada como pretexto. Y, sin embargo, Cristo vino precisamente para reconciliar, para traer la paz verdadera que viene del cielo como don de Dios.


    Acompañando a un grupo de peregrinos, caminaré no sólo por las rutas de Tierra Santa, sino también por ese otro camino interior que todos recorremos: el camino espiritual, el camino hacia Cristo. San Pablo nos habla en la carta a los Filipenses (Flp. 3,13-14) de la carrera espiritual, y en la primera carta a los Corintios (1 Cor. 9,24-25) de la corona que el Señor entrega a quienes perseveran. Una peregrinación expresa muy bien esta actitud. Dejamos atrás lo que queremos, lo que amamos, incluso la compañía de la familia con la que hemos compartido días tan entrañables, y nos lanzamos hacia adelante. No porque lo anterior no sea bueno, sino porque buscamos al Señor que nos llama siempre más allá.


    Belén, Nazaret, Jerusalén… Cada uno de estos lugares es también una etapa del camino que recorre el alma. En Nazaret escuchamos el “hágase” confiado de la Virgen. En Belén, la respiración dulce del Niño acostado en el pesebre. En Jerusalén, en la intimidad del Cenáculo, la palabra de Jesús que nos entrega su Cuerpo: “Tomad, comed”. Y, finalmente, en el Calvario, su abandono confiado en manos del Padre: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”.


    Que san Esteban, coronado por el Señor, nos recuerde que nuestra meta no está aquí. También nosotros, como él, aspiramos a esa corona imperecedera que Cristo promete a los que perseveran. Y mientras caminamos, pidamos la paz verdadera para Jerusalén y para el mundo entero, empezando por nuestro propio corazón.


    Señor Jesús, enséñanos a correr la buena carrera, a dejar atrás lo que nos retiene y a caminar siempre hacia ti, hasta descansar en tu corazón. Amén.


NOTA. Queridos lectores, hoy comienzo la peregrinación. Trataré de seguir publicando cada día en este blog y en el canal de Telegram, pero os pido paciencia y comprensión si en alguna ocasión tuviera que omitirla o adelantarla (ya que en Israel y Jordania hay una diferencia horaria de +1 respecto a España). Mi deseo es que todos me acompañéis espiritualmente en este caminar; para ello quiero ir ilustrando las entradas con fotografías tomadas durante la peregrinación y compartir con vosotros reflexiones nacidas en la oración, a partir de las experiencias que vaya viviendo. Sin embargo, durante estos días, como no podré llevarme mi portátil, y subiré todo directamente desde el móvil al blog, es posible que las imágenes no salgan bien, o no salgan en absoluto. A mi regreso las adjuntaré correctamente todas, si fuera necesario. 

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