jueves, 25 de diciembre de 2025

NAVIDAD CON TODO EL ARTE


    Queridos lectores, la luz de este día de Navidad nos alcanza también a través del arte, que tantas veces nos permite expresar lo que las palabras apenas balbucean. Dos pintores, separados por más de un siglo y con estilos muy distintos, se detienen ante el mismo misterio: el nacimiento del Hijo de Dios. El primero, Giorgione (1477–1510), desde la serenidad del Renacimiento; y después Georges de La Tour (1593–1652), desde la intensidad del Barroco, nos invitan a contemplar el mismo acontecimiento con miradas complementarias. Ambos, curiosamente, comparten el nombre de Jorge, como el santo mártir, testigo fiel de Cristo hasta el derramamiento de su sangre.


    En la obra de Giorgione todo aparece envuelto en una armonía profunda. El paisaje no es un simple fondo, sino un verdadero marco espiritual: los árboles firmes, las rocas antiguas, el río que discurre en silencio, la fuente cercana… hablan de una creación que acoge al Redentor, que se impregna de Él, que guarda su memoria. La gruta se integra con naturalidad en ese mundo creado, sin ruptura ni violencia; es como la puerta al misterio. María aparece serena, dulce, recogida, en una paz interior que no necesita de gestos ni palabras. José, anciano, encorvado por los años, encarna la debilidad humana que no estorba a Dios, sino que se convierte en lugar de su acción. Los pastores se acercan con reverencia, conscientes de que pisan un suelo santo. El Niño yace en el suelo, en contacto directo con la tierra, como subrayando que Dios ha querido abrazar nuestra condición humana, nuestro barro, hasta el fondo, sin miedo a mancharse, sin miedo a la pobreza y a la fragilidad. Todo parece decirnos que la entrada del Hijo de Dios en nuestra historia no violenta el mundo, sino que lo transfigura desde dentro, con una suavidad casi imperceptible.


    Muy distinto es el clima espiritual del cuadro de Georges de La Tour. Aquí todo es noche. Una noche cerrada, densa, que envuelve a los personajes y parece simbolizar la oscuridad del mundo. No hay paisaje ni horizonte, solo un espacio muy limitado, pobre y recogido. Y, en el centro, el Niño. Si se dan cuenta no recibe la luz, sino que la irradia. Su pequeño cuerpo desnudo es la única fuente de claridad en el cuadro. Esa luz ilumina los rostros cercanos y crea una intimidad casi sagrada. Dios no entra en el mundo protegido, sino vulnerable; no envuelto en riqueza, sino en pobreza radical. La desnudez del Niño -casi amenazada por las pajas del pesebre- habla de total entrega, de confianza absoluta, de una salvación que no se impone desde fuera, sino que nace desde dentro.


    Entre la claridad serena de Giorgione y la noche encendida de La Tour se despliega todo el misterio de la Navidad. Dios viene sin ruido, sin imponerse, ofreciendo su luz en la fragilidad de un niño. Entra en nuestra historia para iluminarla desde dentro, también en sus sombras. Que esta Navidad sepamos acogerlo con la misma reverencia, con la misma dulzura, con el mismo silencio. Feliz Navidad a todos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario