Inés de Praga, hija del rey de Bohemia (lo que hoy es Chequia), gozaba de fama de santidad cuando aún era muy joven. Renunció a toda la riqueza y al privilegio de su cuna real para abrazar la pobreza por amor a Jesucristo. Con una madurez sorprendente para su edad, rehusó contraer matrimonio con los más ilustres príncipes porque su corazón pertenecía ya a un Esposo más noble y santo: el Señor Jesús. Su propósito era vivir en virginidad perpetua, guardando el tesoro de su cuerpo y de su alma para Él.
La que le escribe es Clara de Asís, que entonces tenía 40 años, y que ya había recorrido un camino de total entrega a Cristo pobre, siguiendo las huellas de san Francisco. Clara ve en la decisión de Inés, de 23 años, un reflejo de su propia vocación, y por eso se alegra y salta de gozo al oír la fama de esta princesa que vive pobrísimamente. Entre ambas se crea una corriente de amistad espiritual, un vínculo invisible, pero tan fuerte como el amor que las unía en Cristo.
En estas líneas, Clara describe a Jesucristo como un Esposo incomparable: más fuerte, más hermoso, más dulce y generoso que cualquier otro. No hay comparación posible con los bienes, honores o amores de este mundo. Amar a Cristo purifica; recibirlo santifica; entregarse a Él preserva y engrandece. Se trata de un elogio de la vida consagrada, pero también de una llamada a todo corazón cristiano a elegir a Jesús como única riqueza, aunque ello suponga renunciar a todo lo demás.
Jesús, Esposo, Rey y Señor de mi alma, quiero que seas Tú mi única riqueza y mi bien más alto. Arranca de mi corazón todo apego desordenado y toda ambición de honores o seguridades humanas. Dame la gracia de mirarte como Inés y Clara te miraron: con amor total, sin reservas ni condiciones.
Haz que mi alma se mantenga limpia para ti, que mi corazón no se venda a lo que es pasajero, que mis manos abracen tu Cruz, y mi vida se entregue sin miedo a tu voluntad.
Purifícame con tu gracia, fortaléceme con tu Espíritu y llévame a vivir por la fe siempre a tu lado, hasta que un día pueda contemplarte para siempre en la gloria eterna. Amén.