viernes, 28 de noviembre de 2025

SOBRE EL MIEDO A LA MUERTE


    “Si el mundo odia al cristiano, ¿por qué amas al que te odia, y no sigues más bien a Cristo, que te ha redimido y te ama? Juan, en su carta, nos exhorta con palabras bien elocuentes a que no amemos al mundo ni sigamos las apetencias de la carne: ‘No améis al mundo’ —dice— ‘ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo —las pasiones de la carne y la codicia de los ojos y la arrogancia del dinero—, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, con sus pasiones. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre’. Procuremos más bien, hermanos muy queridos, con una mente íntegra, con una fe firme, con una virtud robusta, estar dispuestos a cumplir la voluntad de Dios, cualquiera que esta sea; rechacemos el temor a la muerte con el pensamiento de la inmortalidad que la sigue. Demostremos que somos lo que creemos” (San Cipriano, del Tratado sobre la muerte, Cap. 18, 24).


    San Cipriano de Cartago (200-258), obispo y mártir, fue uno de los grandes Padres de la Iglesia del siglo III. En sus escritos —como este que se lee en el oficio de lecturas de hoy— ensalza la virtud de la fortaleza, la esperanza ante las persecuciones y la importancia de la unión de la Iglesia. Sus palabras brotan de la fe inquebrantable de quien sabía que el temor a la muerte es, en realidad, una forma de servidumbre: una atadura al mundo que pasa y que pretende gobernar el corazón del hombre desde el miedo. Frente a esta servidumbre, Cipriano propone la libertad del cristiano que se abandona a Dios con “una mente íntegra, con una fe firme, con una virtud robusta”, dispuesto a aceptar la muerte, cuando llegue, como un tránsito hacia la inmortalidad prometida. Y así lo demostró él mismo al morir mártir, sin temor, sellando con su sangre aquello que enseñaba.


    En esta enseñanza resplandece una hermosa y coherente visión cristiana de la vida: la existencia no necesita aferrarse desesperadamente a lo terreno, porque sabe que la victoria pertenece ya a Cristo. Cipriano nos invita a mirar la muerte de frente, sin angustia, con una certeza humilde y firme de que Él nos espera. Es un mensaje especialmente necesario hoy, cuando el miedo a la muerte se refleja en el miedo a la vejez, a la enfermedad y su cortejo de sufrimientos, debilidad y pérdida de control sobre la propia vida, etc. Así, lo que el mundo considera derrota se convierte para el discípulo en una entrada luminosa en la verdadera Vida, en la bienaventuranza y en la gloria de la luz eterna. Y así también podrá demostrarse —no con palabras, sino con la serenidad del corazón— que somos realmente lo que creemos.


    Jesús mío, concédenos vivir sin miedo a la muerte y con esperanza firme en tus promesas. Que nuestro corazón permanezca libre, confiado en la Vida que Tú has preparado para los que te aman. Así sea.

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