sábado, 22 de noviembre de 2025

UN CÁNTICO NUEVO


        En esta fiesta de Santa Cecilia, patrona de los músicos, la liturgia de las horas nos ofrece un largo y bello texto de San Agustín, en el que el santo Doctor de la Iglesia comenta el Salmo 32. 

Dad gracias al Señor con la cítara… cantadle un cántico nuevo”. Y Agustín explica que no basta con afinar el instrumento o la voz, sino que es la vida entera la que debe convertirse en un canto. “El cántico nuevo”, dice, “no es para el hombre viejo, sino para el hombre renovado, nacido de la gracia”. Un cántico que no se apoya en melodías humanas, sino que procede de una música diferente: la que nace en un lugar donde ya no alcanzan las palabras, un júbilo que brota del corazón cuando descubre a Dios.


    Nuestra existencia, vista desde la fe, es como una partitura misteriosa. Todo está escrito en un pentagrama invisible que no es de este mundo: comenzamos con una clave que no se parece a ninguna de nuestras claves musicales, una clave celestial que solo el Espíritu puede descifrar. Y en cuanto el alma aprende a mirar así la realidad, empieza a descubrir que nada es casual; todo, incluso lo que parece disonante, forma parte de una armonía secreta que acompaña el canto silencioso de los ángeles. Vivir es aprender a escucharla. Vivir es también interpretar esa melodía interior, donde cada acto de amor, cada fidelidad pequeña, cada entrega, es una nota que se integra en la gran sinfonía de Dios.


    San Agustín nos recuerda que esta música no se canta solo con palabras. Llega un momento en que la alegría es tan grande que las palabras sobran, y solo queda el júbilo: un sonido puro que brota de un corazón que no puede callar. Es el canto de los que, aun sin saber expresarlo, saben que han sido tocados por la gracia. En esta fiesta de Santa Cecilia volvemos a escuchar esa invitación: dejar que nuestra vida entera se convierta en un cántico nuevo, interpretado con maestría y con júbilo, afinado por el Espíritu, sostenido por la armonía eterna de Dios.


    Señor Jesús, concédenos la gracia de que todo lo que somos —nuestros gestos, nuestros silencios, nuestros días de rutina y nuestras noches oscuras— entre a formar parte de la melodía que Tú compones en nosotros. Haznos vivir desde esa música que no envejece, la que nace del cielo y vuelve al cielo. Que nuestra vida sea un cántico nuevo para la gloria del Padre. Amén.

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