jueves, 20 de noviembre de 2025

ENTRO EN LA VIDA


    Noviembre vuelve a recordarnos que la muerte es parte de la vida. Para los católicos es el mes de los difuntos y, por eso mismo, nos invita a contemplar esta verdad con un corazón despierto. No se trata de un pensamiento triste ni espeluznante. Los mundanos se preparan a comenzar noviembre celebrando Halloween, donde se ensalza una idea de la muerte tenebrosa, oscura, o a veces envuelta en humor para no enfrentarse a esa dura realidad que nos llegará a todos. Pero para los cristianos la muerte es una verdad humilde y sencilla, que acompaña nuestra vida de fe desde el principio.


    Ayer falleció una hermana de mi madre, a quien yo conocí cuando ella era todavía una bonita niña pecosa, con trenzas rubias, como un ángel sonriente y curioso. Este hecho, ya esperado por su enfermedad, pero no por ello menos doloroso, me llena de nostalgia y, al mismo tiempo, de gratitud por el tiempo vivido y por los vivos recuerdos. También me invita a mirar la muerte con la serenidad que brota cuando uno trata de instalarse en la confianza y en el abandono. La Iglesia dedica, de hecho, este mes a los difuntos porque sabe que ningún cristiano puede vivir de espaldas a esta realidad que nos aguarda.


    La respuesta cristiana a la muerte no es una teoría, sino una esperanza. Santa Teresa del Niño Jesús lo expresó con la pureza de quien miraba más allá con los ojos del alma: “Yo no muero”, escribió, “entro en la vida”. Y por su parte San Francisco de Asís nos enseñó a llamar “hermana” a la “muerte corporal”, que no es una enemiga, sino una compañera que nos conduce al encuentro definitivo. Más recientemente Benedicto XVI recordó que “la muerte no tiene la última palabra: la última palabra la tiene el Amor”. Y San Juan de la Cruz, el místico doctor, nos dejó esta sentencia: “A la tarde te examinarán en el amor”. Y así es: al final no nos pedirán cuenta de los miedos padecidos, ni de las derrotas sufridas, ni de las sombras pasadas… sino sólo del amor. Porque el amor es lo único que traspasa la frontera del tiempo. 


    Para un cristiano, la muerte permanece siempre envuelta en la luz de Cristo. Y esa luz, aun en los días tristes de la despedida, sostiene nuestra esperanza y nos recuerda que caminamos hacia un abrazo que no tendrá fin.


    Señor Jesús, Tú que has vencido la muerte y has abierto para nosotros la puerta de la Vida, mira con misericordia a quienes han partido y recíbelos en tu paz. Danos un corazón confiado para vivir cada día en tu presencia y para esperar nuestra hora sin miedo, sostenidos por tu amor. Que la luz de tu Resurrección ilumine nuestras sombras y convierta nuestra nostalgia en esperanza firme. Acompáñanos siempre, Señor, hasta el abrazo definitivo contigo. Amén.

1 comentario:

  1. Padre Manuel, me uno al dolor de usted y su familia. Comparto con ustedes la esperanza de que Nuestro Señor Jesucristo nos aguarda con los brazos abiertos y una sonrisa, como, cuando de pequeños, nos abrazaba nuestra madre.
    Rezo por su tía y por todos
    Un abrazo grande

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