viernes, 21 de noviembre de 2025

MI CIELO ES AHORA


   

  “Él contestó al que le avisaba: ‘¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?’ Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: ‘Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre’” (Mt. 12,48-50).


    Ayer asistí a una muy interesante conferencia del Dr. Mario Alonso Puig, y me llamó la atención una idea luminosa: no podemos hipotecar el presente en aras del futuro. No es solo la meta la que debe hacernos felices, sino también el camino que recorremos. Para un cristiano, ese camino es camino de cruz, pero no por ello deja de ser un camino de auténtica alegría. Esa felicidad desbordante estuvo presente en la vida de los apóstoles durante el seguimiento de Jesús en los días de su vida mortal, y todavía más después de la Ascensión y de la venida del Espíritu Santo. De la misma manera, el Espíritu que se derramó sobre la Santísima Virgen María, y que recibimos también nosotros, hace que nuestro caminar en pos de Cristo sea un camino de gozo incluso humano, compatible con el dolor, con los fracasos y con las persecuciones. Él mismo nos lo prometió: “la paz os dejo, mi paz os doy” (Jn. 14,27); y también: “entonces se alegrará vuestro corazón, y esa alegría nadie os la podrá quitar” (Jn. 16,22).


       La palabra de Jesús, que escuchamos en el Evangelio de esta fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen, nos devuelve a lo que es verdaderamente central. La auténtica identidad del discípulo nace de hacer la voluntad del Padre aquí y ahora. Somos familia de Cristo cuando vivimos como Él, cuando el querer del Padre se convierte en nuestra propia alegría. Y el camino que Jesús nos invita a recorrer, un camino con su cruz y con su luz, ya es parte del paraíso que buscamos. Nuestra meta no se encuentra solamente en el futuro: nuestra meta se encuentra también en el presente. Cada paso es nuestra meta, cada día, cada hora y cada minuto de nuestra vida son nuestra meta y nuestro cielo.


    Jesús, Señor mío, Tú que extiendes tu mano hacia tus discípulos y los llamas hermanos, haz que viva cada instante como un don tuyo. Dame entrar en tu voluntad con paz y dejarme inundar por tu alegría. Que mi presente sea tu presencia, y que mi camino, unido a ti, sea ya comienzo del cielo que deseo. Amén.

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