“Confiemos, hermanos y hermanas: sostenemos el combate del Dios vivo y lo ejercitamos en esta vida presente, con miras a obtener la corona en la vida futura. Ningún justo consigue en seguida la paga de sus esfuerzos, sino que tiene que esperarla pacientemente. Si Dios premiase en seguida a los justos, la piedad se convertiría en un negocio; daríamos la impresión de que queremos ser justos por amor al lucro y no por amor a la piedad. Por esto, los juicios divinos a veces nos hacen dudar y entorpecen nuestro espíritu, porque no vemos aún las cosas con claridad” (De la homilía de un autor del siglo segundo, Caps. 18,1-20,5: Funk I,167-171).
Ayer, en el oficio de lecturas, se leía un fragmento de la homilía de un autor cristiano del siglo II que me llamó profundamente la atención. Decía que, si Dios premiase enseguida a los justos, la piedad se convertiría en un negocio, y que entonces desearíamos ser santos no por amor, sino por el lucro de obtener favores, ya fueran materiales o espirituales. Esa frase me parece que ilumina con una luz nueva nuestro camino cristiano: el Señor nos invita a ser humildes, el Señor nos invita a ser perseverantes, y el Señor nos invita también a vivir cada vez más la gratuidad.
La fe se purifica cuando aceptamos que no todo tiene que tener un resultado inmediato, que la vida espiritual no funciona a base de transacciones (“te doy para que me des”), ni con méritos que exigen recompensas inmediatas. Dios educa nuestro corazón precisamente en la espera, en la constancia, en ese amor generoso que no busca su propio interés. Así evitamos caer en una relación utilitarista con Él, y dejamos que la gracia modele en nosotros un corazón sencillo, capaz de amar sin cálculos ni reclamaciones.
Perseverar en la verdad de cada día, sin escapismos ni fantasías, nos hace fuertes en el combate interior. La humildad nos enseña a reconocer nuestra pequeñez; la gratuidad, a caminar sin exigir pruebas; la perseverancia, a mantenernos en el bien aunque nadie lo premie. Así, poco a poco, el Señor va haciendo madurar en nosotros un amor auténtico, que espera solo la corona que Él prometió para la vida futura.
Jesús, enséñame a vivir la humildad, la perseverancia y la gratuidad. Líbrame de buscar el puro interés en mi relación contigo, y dame un corazón que te ame por ti mismo, oh Bondad infinita. Amén.
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