martes, 25 de noviembre de 2025

MÁRTIR Y MAESTRA


    Hoy celebramos la fiesta de Santa Catalina de Alejandría. Siempre que pienso en ella recuerdo a mi abuela paterna, que era cubana, y nació en Cienfuegos tal día como hoy, hace 133 años, recibiendo en su bautismo el nombre de la mártir que la Iglesia veneraba ese día.

    Catalina fue una santa con muchos devotos, una de los catorce santos auxiliadores venerados por la Iglesia medieval, y durante siglos su culto fue importante. Sin embargo, tras el Concilio Vaticano II, en 1969, su fiesta se suprimió del calendario universal porque su vida estaba envuelta en leyendas y le faltaban datos históricos firmes. Finalmente, san Juan Pablo II la restauró en el año 2002 en su antigua fecha. Habían pasado exactamente 33 años sin que se celebrara oficialmente en la liturgia. Si bien me resulta curiosa la coincidencia, lo que más me llama la atención es que Catalina no es una virgen mártir más en la lista de santas de la antigüedad.


    En efecto, la tradición nos habla de una joven cultísima de Alejandría, filósofa, formada en las escuelas del norte de la ciudad, que abrazando el cristianismo confesó su fe en las Tres Personas divinas, así como en la Unidad de su naturaleza, ante los sabios paganos de su tiempo. Con cierta fantasía ideológica muy sesgada, algunos han querido identificarla con Hipatia, otra filósofa alejandrina reivindicada por ciertos sectores actuales. La presentan como si los cristianos hubieran querido apropiarse de aquella figura femenina y darle la vuelta a la historia, creando una especie de “santa laica”, mártir víctima de los cristianos. Pero todo eso carece de consistencia histórica.


    A pesar de los elementos legendarios que la rodean, el testimonio de Catalina es un testimonio luminoso de algo que la Iglesia necesita en todos los tiempos: hombres y mujeres capaces de confesar a Cristo no solo con la pureza de sus vidas, sino también con la claridad de su razón y la elocuencia de su sangre derramada. Su figura recuerda que la fe cristiana no teme al pensamiento, sino que lo ilumina; que la verdad del Evangelio no es contraria a la inteligencia, sino su plenitud; y que Dios sigue llamando a creyentes que, ejerciendo de maestros y guías de sus hermanos, sepan mostrarles la solidez interior y la belleza de las verdades cristianas.


    Señor Jesús, fuente de la Sabiduría, Tú que fortaleciste a Santa Catalina en la claridad de su razón y en la valentía de su martirio, suscita en tu Iglesia corazones humildes y mentes iluminadas, capaces de anunciarte con ardor y convicción. Haz también que nosotros procuremos formarnos adecuadamente, para que podamos ser testigos más creíbles del Evangelio allí donde Tú nos envíes. Amén.

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