miércoles, 26 de noviembre de 2025

EN LA PRUEBA, LA LUZ


    “Os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro” (Lc. 21,12-15).


    Las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy no son un anuncio de desgracia, sino una revelación de su cercanía. El cristiano no ignora que será combatido, a veces desde fuera y otras desde dentro, incluso en el seno de su propia familia espiritual. Pero aquello que podría desanimar se convierte, por la Palabra del Señor, en un lugar de consuelo y de luz. Jesús no promete que no habrá prueba; promete algo mayor: que Él estará allí, sosteniendo la fidelidad del discípulo, dándole una fortaleza que no procede de sí mismo y una sabiduría que no nace del cálculo humano.


    La persecución visible —la de los extraños, la del mundo— quizá no golpee siempre con la misma fuerza. Tampoco, según las circunstancias, esa otra más sutil que hiere desde lo cercano, desde dentro de la propia comunidad de fe. Pero la que tiene su origen en el combate interior no cesa nunca. El desgraciado y mortal enemigo del hombre sabe cómo tocar lo que más duele, insinuando sospechas, confusiones y escrúpulos, desánimos, cansancios… Sin embargo, también ahí Jesús permanece, más cercano que nunca, ofreciendo humildad para no caer en la soberbia de las propias interpretaciones y fortaleza para atravesar el combate sin perder la paz. Los santos, desde el padre Pío hasta la humilde Teresa del Niño Jesús, y desde el Santo Cura de Ars hasta la intrépida Teresa de Calcuta, conocieron este fuego cruzado y descubrieron que en medio de él brillaba con más fuerza la gracia.


    Y cuando al cristiano se le hace oscuro el camino, estas palabras del Señor vuelven a resonar con la autoridad de quien ya ha vencido al enemigo: Él dará la palabra, Él dará la luz, Él dará la perseverancia. No estamos solos en la batalla; somos conducidos por Aquél que transforma la prueba en testimonio. O como escribe san Pablo: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp. 4,13).


    Oh Jesús, sostén mi alma en los combates que Tú quieres que yo libre. Dame humildad para reconocer mi fragilidad, y fortaleza para permanecer en ti. Que tu Palabra sea mi defensa y tu cercanía mi paz. Amén.

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