miércoles, 2 de abril de 2025

SIEMPRE AMADOS


    “Exulta, cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo y se compadece de los desamparados. Sion decía: ‘Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado’. ¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré” (Is. 49, 13-15).


    Hay momentos en los que el alma se siente hundida en su propia nada, incapaz incluso de orar, cansada de esperar consuelos que no llegan. Es entonces cuando resuena en el corazón esta Palabra: “Yo no te olvidaré”. Frente a nuestras dudas, frente a nuestros temores más profundos, Dios responde con ternura, con la imagen más entrañable que podemos imaginar: la de una madre que lleva a su hijo en los brazos y lo alimenta de sí misma. Y va aún más lejos: “aunque ella se olvidara, Yo no te olvidaré”. El Amor de Dios por nosotros no tiene fisura, no es intermitente como el deshojar una margarita: “ahora te quiero, ahora no te quiero”. El Amor de Dios no depende de lo que hayamos hecho o dejado de hacer; es incondicional, y por eso me ama antes de mi pecado, durante mi pecado, y después de mi pecado. Él conoce el dolor de nuestro corazón, las veces en que nos sentimos indignos, las veces en que la esperanza flaquea… y entonces viene a nosotros, no con reproches, sino con consuelo.


    Porque Él sabe que nuestro camino es arduo, que a menudo cargamos con nuestra fragilidad como si lleváramos un peso insoportable. No siempre entendemos por qué sufrimos, ni por qué nuestros pasos se extravían tantas veces. Pero sí podemos entender esto: que hay Alguien que no deja de amarnos ni por un instante, que nos acompaña silenciosamente, que nos mira con una ternura que sana y transforma. Su Amor no es una exigencia, sino una fuente viva que nos permite volver a empezar. Y esa certeza lo cambia todo. Porque ya no vivimos para merecer el Amor, sino porque somos amados desde siempre y para siempre.


    Jesús, mi Salvador, Tú no nos olvidas nunca. Aunque tantas veces dude, aunque mi corazón se llene de sombras, aunque me sienta perdido, Tú estás ahí, consolándome con tu Palabra, envolviéndome en tu Amor. Tú conoces mi historia, mis caídas y mis miedos, y no me rechazas. Gracias por no cansarte de mí. Gracias por quererme más allá de lo que puedo entender. Dame, Señor, la gracia de recordar siempre tu fidelidad, y de volver a ti cada vez que me sienta solo. No permitas que me aleje de tu Corazón. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario