sábado, 19 de abril de 2025

JESÚS RESCATA A ADÁN


    Una antigua homilía anónima, escrita en los primeros siglos del cristianismo y conservada en la liturgia del Sábado Santo, nos ofrece una escena conmovedora: Jesús, recién “muerto en la carne”, desciende al abismo para buscar a Adán, el primer hombre. No lo llama desde fuera, sino que baja hasta donde él está, lo toma de la mano y lo levanta.


    En ese diálogo simbólico, el Hijo eterno de Dios se dirige a Adán con palabras de amor y de victoria. Le recuerda que todo lo ha hecho por él: su encarnación, su pasión, su muerte. Cada uno de los sufrimientos que Él ha padecido tiene una directa correspondencia con la caída del hombre: los salivazos, los golpes, los azotes, los clavos, la lanza… Todo ha sido aceptado libremente para sanar la herida de la desobediencia original.


    Y el Señor añade: “Por ti he dormido en la cruz, como tú dormiste en el paraíso; de tu costado nació Eva, de mi costado brota la salvación. Extendiste tu mano hacia el árbol prohibido; yo he extendido mis brazos en el madero de la cruz. Fuiste expulsado del jardín; yo he sido entregado y crucificado en un huerto. El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste.”


    La comparación es poderosa: Cristo es el nuevo Adán, no solo porque repara el pecado del primero, sino porque lo abraza en su caída y lo transforma desde dentro. Le dice: “Tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona.”Con esa unidad, lo arrastra consigo fuera de la muerte. Ya no hay reproche, solo ternura, compasión y triunfo.


    Y como a Adán, también a nosotros nos dice: “Despierta tú que duermes… Levántate y salgamos de aquí.” Vivamos entonces con esperanza el “Grande y santo Sábado”. 

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