“A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado, pues, por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo” (Hch. 2,32-33).
Este texto de los Hechos de los Apóstoles que se lee en la misa de hoy es el primer anuncio cristiano, el kerygma: la afirmación fundamental de nuestra fe. En él se refleja la acción conjunta de las tres Personas de la Trinidad.
El Padre es la Fuente perenne de la vida, manantial inagotable y escondido. Es el que engendra al Hijo en la eternidad, el que todo lo da sin retener nada, el que ama primero, origen del designio salvador que se despliega en el tiempo.
El Hijo es el Engendrado, el que recibe el Amor y todo su ser del Padre. Es Aquel que, al encarnarse, quiso hacer la Voluntad del Padre por encima de todo, hasta convertirla en su alimento y bebida. Él es la Palabra, Aquel por medio del cual el Padre se ha revelado plenamente a nosotros.
El Espíritu Santo es la Vida, el Amor increado, la fuerza vivificante de Dios. Procede del Padre y del Hijo como don mutuo de Amor, y es quien habló por los profetas y los suscita, quien debe ser igualmente adorado y glorificado junto al Padre y al Hijo. Es quien anima y santifica las almas, dándose a través de los sacramentos.
Jesús resucitado, Hijo eterno del Padre, glorificado y derramado sobre nosotros por el Espíritu Santo, acrecienta nuestra fe pascual. Que vivamos en comunión con la Trinidad Santísima y demos testimonio de Ti con alegría. Amén.
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