miércoles, 9 de abril de 2025

MÁS QUE TUS PECADOS


    “Conmovido por vivo dolor he leído su carta, no tanto por las faltas que ha cometido; me hace sufrir más el estado lamentable en que esas faltas le han puesto, a causa de la poca confianza que tiene Ud. en la bondad de Dios y en la facilidad amorosa con que Él recibe, según debería Ud. saberlo, a aquellos que más gravemente le han ofendido. Reconozco en su disposición presente los engaños y la malicia suma del espíritu maligno, que trata de aprovechar sus caídas para llevarla a la desesperación…”

(carta de San Claudio la Colombière a una religiosa)


    Hay dolores que hacen sufrir más que el recuerdo de una falta: son los dolores que nacen de haber dejado de confiar, de haberle cerrado el corazón a Dios. El alma que ha pecado y se duele de su pecado todavía puede abrazarse a la misericordia infinita del Corazón de Jesús; pero si, además de haber caído, comienza a desconfiar, entonces se halla en un abismo más profundo, porque se ha alejado de la esperanza. 

    La tristeza por el pecado cometido es buena, pero no cuando se envenena con desesperación. Por eso, el dolor que dice experimentar San Claudio no se centra en las caídas de la religiosa, sino en la trampa que le ha tendido el enemigo: utilizar sus caídas para romper la comunión con Dios desde dentro, apagando la luz de la confianza.


    La estrategia del maligno es perversa: nos tienta para hacernos caer y, una vez caídos, nos acusa y nos atormenta con un discurso que parece piadoso, pero que es cruel: “Ya no eres digno, ya no puedes acercarte, Dios no puede perdonarte esto…” Y así, el alma se queda paralizada, aislada, sin fe, sin consuelo. Pero la verdad es que Dios se conmueve más por el sufrimiento de sus hijos que por sus faltas. El Corazón de Jesús no se endurece por nuestros pecados, sino que se abre más, con una ternura dolorida que solo quiere abrazar y levantar. Él no solo perdona: corre a recibirnos, nos reviste con su gracia, y se alegra más por nuestro regreso que por cualquier sacrificio que podamos ofrecerle. La confianza en la bondad de Dios no es un sentimiento vago, sino una luz necesaria: sin ella, el alma se pierde en la oscuridad.


    Señor Jesús, que no me engañe el espíritu de la desesperanza. Que nunca me quede atrapado en mis caídas, ni me encierre en la falsa piedad del remordimiento sin confianza. Enséñame a creer en tu Corazón más que en mis propios sentimientos. Hazme volver a ti siempre, aunque me sienta indigno, sabiendo que Tú me esperas con amor. Amén.

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