“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios” (Jn. 3,16-18).
El Evangelio de la misa de hoy miércoles nos habla de cómo Dios amó al mundo de un modo realista, generoso y entregado. No fue un amor de palabras, ni un simple sentimiento lejano de compasión. Fue un amor de obras, de decisiones, de entrega. Dio al Hijo Único, a quien había engendrado en la eternidad, y eternamente amaba, para salvarnos. Lo entregó para rescatar a quienes tantas veces le habían ofendido volviéndole la espalda. En Jesús, Dios nos ha tendido la única tabla de salvación, firme y segura: la Cruz. Quien se aferra a ella, quien cree en el Hijo, no perece, sino que tiene la vida eterna.
Jesús no ha venido como juez para condenar, sino como Redentor que quiere salvar. No es juez que deba ser temido, sino Salvador que quiere ser amado por encima de cualquier otra cosa. Por ello no es el miedo al castigo lo que debe mover nuestro corazón, sino el amor agradecido hacia quien se ha entregado a la muerte por nosotros. El que cree en Él ya no teme el juicio, porque ha sido salvado. El que no cree, tristemente, se cierra a esta tabla de salvación que Dios, con infinito amor, le ofrecía.
Todo está en aceptar o rechazar al Hijo. Todo está en amar o rechazar al Redentor. La salvación no es cuestión de méritos humanos, sino de acoger el don de Dios con un corazón humilde y confiado. Y en el centro de nuestra vida debe estar este amor vivo al Salvador, este amor que nos transforma y nos lleva hacia el Padre.
Señor Jesús, Redentor y Salvador mío, que no tema tu venida, sino que la espere con amor. Que no me acerque a ti con miedo, sino con la alegría del que ha sido amado hasta el extremo. Hazme firme en la fe y fiel en el amor, para que, abrazando tu Cruz, encuentre en ti la vida eterna. Amén.