sábado, 17 de mayo de 2025

CUANDO NO LLEGO A TODO


    “Felipe le dice: ‘Señor, muéstranos al Padre y nos basta’. Jesús le replica: ‘Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí?’” (Jn. 14, 8-10).


    A veces, como Felipe, también yo me descubro diciendo: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Pero, ¿no es esto lo que he visto ya tantas veces? En la emoción de los descubrimientos hechos en una peregrinación, en la ternura de una oración que brota sin esfuerzo, en el rostro y las expresiones agradecidas de quienes escuchan una palabra tuya en mis labios fatigados y secos… ¿Y sin embargo, por qué sigo pidiendo una señal, una prueba, una presencia más clara?


    He regresado hace muy poco de tierras italianas, después de recorrer lugares en que grandes santos buscaron tu rostro. Y sin embargo, al volver, me encuentro sin reposo. Se acumulan las tareas, las demandas, los compromisos. Apenas deshago la maleta y ya me veo en una graduación, rodeado de jóvenes que celebran el fin de su etapa escolar, y luego, sin apenas aliento, preparando una conferencia sobre el matrimonio cristiano, para marcharme la semana siguiente, bastante lejos, y tener tres días de retiro con seglares en un monasterio benedictino. La siguiente semana serán ejercicios espirituales a monjas capuchinas y la siguiente… Me falta tiempo, me faltan fuerzas, y en medio de ese torbellino, me asalta una sospecha dolorosa: ¿te estoy siendo fiel, Señor? ¿No estaré abandonando los lugares donde verdaderamente me necesitas?


    Y entonces, como respuesta suave pero firme, llegan estas palabras tuyas: “¿No me conoces, Felipe?” Y siento que me las dices también a mí: “¿No te das cuenta de que estás conmigo en todo esto? Que cuando hablo, Tú hablas. Que cuando camino sin descanso, tú caminas conmigo. Que cuando te sientes incapaz, es entonces cuando más me sostienes”. No estás lejos, Señor, no te escondes. Tú eres el rostro del Padre, y yo he visto ese rostro muchas veces. Pero necesito aprender a reconocerte también en el desgaste, en la fatiga, en esa sensación de insuficiencia que tantas veces me acompaña. Porque ahí también estás Tú, escondido, silencioso, presente.


    Jesús, Señor mío, no permitas que mi cansancio me robe la alegría de servirte. No dejes que las exigencias del día me hagan perder de vista tu singular presencia. Que no olvide que Tú estás en el Padre y el Padre en ti, y que también yo estoy en tus manos, incluso cuando me siento desbordado. Dame la gracia de reconocer tu presencia en medio del ritmo acelerado, y que mi deseo de fidelidad no se ahogue en la culpa ni en el agotamiento. Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero. Amén.

viernes, 16 de mayo de 2025

UN LUGAR JUNTO A ÉL


    “No se turbe vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros” (Jn. 14,1-3).


    Jesús pronuncia estas palabras en la Última Cena, cuando la tristeza y la turbación se han apoderado del corazón de los discípulos. Saben que algo grave está a punto de suceder, pero no comprenden del todo qué. Él, con infinita ternura, les habla de la fe como el mejor remedio contra la inquietud. No se trata de una fe cualquiera, sino de una fe sólida, que se apoya en la confianza plena en el Padre y en su Hijo. La fe en el amor eterno de Dios da serenidad al alma, incluso en medio del desasosiego. Jesús no nos promete que no habrá tormentas, pero sí nos garantiza una paz más honda que todas las tempestades. Su Palabra es ancla firme para el corazón turbado.


    Y después, con dulzura inmensa, nos revela que nos está preparando un lugar, tampoco un lugar cualquiera, sino uno junto a Él, en la intimidad de la casa del Padre. ¡Qué hondura y qué belleza! Así como en los relatos evangélicos Jesús enviaba a sus discípulos por delante para que le encontraran alojamiento, ahora Él se convierte en nuestro aposentador. Santa Teresa de Jesús, que tanto meditó sobre estas moradas interiores, sabía muy bien que esa promesa es real. En el corazón de Dios hay espacio para todos: un espacio de amor preparado con cuidado y paciencia. Él volverá. Volverá a buscarnos. Esta certeza cambia toda la vida, ¿verdad?


    Jesús, Tú que me conoces mejor que nadie, incluso mejor que yo mismo, no permitas que se turbe mi corazón. Dame esa fe sencilla y firme que se abandona en ti. Prepara mi alma, Señor, como Tú preparas mi lugar en el Cielo. Y cuando llegue la hora, ven a buscarme. Quiero estar contigo para siempre. Amén.

jueves, 15 de mayo de 2025

CAMINANDO TRAS SUS HUELLAS


    Cuando Jesús terminó de lavar los pies a sus discípulos les dijo: ‘En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica’” (Jn. 13, 12. 16-17).


    El Evangelio nos recibe a nuestro regreso como una voz suave pero firme, que nos recuerda que la peregrinación no ha terminado. Hemos caminado por pueblos y ciudades santificados por la vida de algunos hermanos nuestros, tocado interiormente los lugares donde los santos ofrecieron su vida, pero ahora comienza otra etapa: la vuelta al hogar, a la cotidiana rutina, al camino oculto donde también se hace presente el Señor. En este nueva etapa, la Palabra que nos acompaña es clara: si hemos visto a Cristo lavando los pies de sus discípulos, si lo hemos sentido inclinarse con mansedumbre, hemos de hacer lo mismo. El que sirve a otros por amor, el que se olvida de sí para elevar al hermano, está caminando con Él.


    Los santos no hicieron otra cosa. San Francisco no solo besó las llagas de los leprosos: las hizo suyas. San Pío no se cansó de esperar penitentes, incluso entre dolores y humillaciones. Santa Catalina no se encerró en su éxtasis, sino que se arrodilló ante los pobres, los enfermos y los pecadores. En todos ellos brilló esa bienaventuranza de la que habla Jesús: “dichosos vosotros si lo ponéis en práctica”. Porque servir es amar en lo concreto, y amar así es estar unido al Señor crucificado. Volver del viaje es, en realidad, avanzar. La peregrinación más verdadera es la que nunca se detiene, aquella que se recorre en la entrega diaria, en la aceptación del propio sufrimiento, en el deseo de acompañar a Cristo en su Pasión y en su Gloria.


    Señor Jesús, danos la gracia de no olvidar lo que hemos visto ni lo que hemos experimentado. Que no quede todo solo en el recuerdo almacenado en nuestros móviles, en las emociones vividas, en los buenos momentos compartidos con los compañeros, sino que se transforme en servicio generoso, en amor concreto, en olvido de nosotros mismos por ti. Haznos dichosos en la humildad, en la caridad, en la fidelidad de cada día. Y que tu Madre bendita, “Causa de nuestra alegría”guarde siempre nuestros pasos. Amén.

miércoles, 14 de mayo de 2025

ELEGIDOS COMO AMIGOS

 



    “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Jn. 15,15-16).


    Ayer, martes, caminamos como peregrinos desde Asís a Siena. Y el Evangelio de hoy nos resuena con una fuerza especial tras la visita a esa ciudad donde nació y vivió una de las más grandes santas de la Iglesia: Catalina de Siena. Ella, que fue analfabeta durante buena parte de su vida, supo leer en el Corazón de Cristo más que muchos sabios. Escuchó la voz del Amigo, y se dejó transformar por ella. No vivió como sierva, sino como amiga: amada, elegida, enviada.


    Catalina fue una mujer de fuego. Toda su vida fue una respuesta apasionada al amor de Jesús que la llamó y la consagró para una misión única. Y ella no puso condiciones. Su corazón estaba totalmente disponible. No buscó el aplauso ni la seguridad, sino la verdad. Se consumió por la Iglesia, a la que contemplaba como la dulce Esposa de Cristo. Intercedió por los pecadores, amó al Papa, se lanzó por caminos peligrosos para sembrar paz donde solo había división. Su fruto permanece, como promete el Evangelio, porque fue un fruto nacido del amor.


    Y además ayer fue 13 de mayo: memoria de la Virgen de Fátima. En otro tiempo y lugar, María se apareció a unos niños humildes para repetir lo que siempre ha dicho a los corazones sencillos: que recen, que hagan penitencia, que se conviertan, que confíen. Francisco y Jacinta, junto con Lucía, escucharon como amigos, con extremada fidelidad y confianza. Recibieron una misión y la cumplieron con valentía asombrosa. Desde su pequeñez ofrecieron sacrificios por los pecadores, consolaron el Corazón de Jesús y creyeron en lo invisible.


    Siena, Asís y Fátima se unen hoy como estaciones de un mismo camino. Las une una misma lógica del amor: Jesús que elige, que llama amigos, y que envía. Las une también el corazón ardiente de quienes responden con total generosidad. ¿No es eso lo que nosotros mismos deseamos? Vivir como amigos de Cristo. Escuchar lo que Él ha oído del Padre. Dar un fruto que permanezca. Y ser como Catalina, como Francisco, como los pastorcitos de Fátima, consuelo para el Corazón de Jesús.


    Señor Jesús, gracias por llamarme amigo. Gracias por elegirme, no por méritos míos, sino por tu puro amor gratuito. Quiero escuchar tu voz como Catalina, Francisco y los santos niños de Fátima. Quiero consolarte con mi fe, con mi amor y con mi vida entera. Lléname de tu Espíritu para que dé fruto abundante, y para que ese fruto permanezca. Amén.

martes, 13 de mayo de 2025

ALEGRÍA, POBREZA, FE


    Ayer lunes hemos estado visitando, como peregrinos, la ciudad de Asís y sus maravillas. A medida que recorríamos sus calles antiguas, tan llenas de historia y de alma, sentía crecer en mí una emoción serena y una devoción honda. Al entrar en la Basílica de San Francisco y venerar su tumba, ya las lágrimas nublaban los ojos y la ternura inundaba el corazón. Contemplando las pinturas que narran su vida, y esos retratos tan antiguos de Francisco y de Clara, recordé y comprendí con mayor claridad que hombres y mujeres como ellos pisaron esta misma tierra, vivieron dificultades parecidas a las nuestras y, sin embargo, supieron anteponer a Dios a todo lo demás.


    Vivieron la alegría y la pobreza. Pero no cualquier alegría ni cualquier pobreza. Su alegría no brotaba de tener cubiertas sus necesidades ni de ver satisfechos sus deseos. Era una alegría pura, nacida del saberse infinitamente amados por Dios; una alegría que brotaba de verse asociados a la pasión de Cristo. En medio de sufrimientos, de incomprensiones, de carencias y humillaciones, eran felices porque se sabían llamados a seguir a ese Señor crucificado, a ese Redentor que había dado todo por amor. Su alegría era fe vivida, encarnada, irradiada.


    Y vivían la pobreza, sí. Pero no como simple renuncia a las cosas, ni como una actitud ascética que ve en lo material un obstáculo o un estorbo. Vivían una pobreza mística. Porque Francisco descubrió —y esto hay que decirlo con valentía— un secreto grandioso, revelado sólo por el Espíritu Santo: que Dios es pobre. No solo Jesús, el Hijo encarnado. No solo el que nació en un pesebre, vivió sin tener dónde reclinar la cabeza y murió desnudo en una cruz. No. Dios es pobre. La Trinidad es pobre, porque Dios es donación. Porque todo lo que es y todo lo que tiene lo entrega. El Padre no es sino un acto eterno de vaciamiento amoroso hacia el Hijo. El Hijo, a su vez, se entrega plenamente al Padre. Y el Espíritu es esa donación recíproca de ambos, hecha Persona, hecha Vínculo de Amor. El ser mismo de Dios es comunión en el despojo, riqueza en la entrega, plenitud en la pobreza.


    Eso comprendió Francisco. Por eso quiso ser pobre. Porque vio en la pobreza no una estrategia de perfección espiritual, sino una participación real en el misterio mismo de Dios. Por eso Clara lo siguió, con el mismo ardor, con la misma ternura abrasadora. Ellos fueron testigos del Dios pobre, del Dios que da y se da sin retener nada, y su vida entera se convirtió en alabanza y en espejo de ese Dios.


    Qué contraste con nuestro mundo opulento, tecnológico, lleno de cosas y vacío de sentido. Qué lejos vivimos de esta verdad. Que san Francisco y santa Clara intercedan por nosotros, para que podamos también nosotros ser reflejo de la Trinidad, en la alegría, en la pobreza, y en la entrega.





lunes, 12 de mayo de 2025

EL MILAGRO ESTABA DENTRO



    El domingo pasamos de largo por Lanciano. Los corazones de algunos peregrinos se sintieron apenados por no haber podido detenerse en aquel lugar santo donde se venera desde hace siglos un milagro eucarístico. No contemplamos la custodia, no pudimos ver aquel fragmento de carne que ha fortalecido la fe de tantos. Y, sin embargo, no fue una pérdida. Porque Tú, Señor, no estás solamente donde quisiéramos detenernos, sino donde Tú decides amarnos. Y ayer lo hiciste en el autobús y en el aparente fracaso de nuestros planes.


    Aquella mañana ya te habíamos recibido en la comunión. Te habías hecho uno con nosotros en la blancura del pan consagrado. Nos llenaste con tu presencia real, aunque invisible. Y quizá habíamos olvidado que eso es más grande que cualquier milagro visible. Porque la Eucaristía no es solo un lugar al que vamos: es un Dios que viene. Es un Sacramento que nos une a ti, que se pone en camino con nosotros y nos da fuerza para continuar.


    Señor, no ver aquel signo despertó en el alma una gran nostalgia. Pero fue una nostalgia buena, que duele pero no daña, sino que abre el corazón. Nos hizo comprender que no podemos vivir solo de lo que vemos. Que nuestra vida cristiana es una marcha sostenida por la fe. Que Tú estás presente, aunque —como los de Emaús— no sepamos reconocerte.


    Hoy entendemos con más hondura que la Eucaristía no es una meta donde detenerse, sino un Alguien que se une al camino. Tú, Jesús, vienes en el pan partido, no para quedarte encerrado en un lugar, sino para salir con nosotros a la vida, para sostenernos en nuestro andar, para ser presencia viva que consuela, fortalece y guía.


    El salmo de la misa de hoy nos lo ha recordado con una precisión luminosa: “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?” (Sal. 41). Esa es, Señor, nuestra verdadera sed. No ver una reliquia, sino encontrarte a ti. No admirar un signo del pasado, sino acoger al Salvador hoy. No detenerse en lo que asombra los ojos, sino abrir el corazón a tu misterio.


    Gracias, Señor, por esta enseñanza que nos diste en el silencio, y que ha ido calando poco a poco en nuestras almas. Gracias por recordarnos que estás ya en nosotros, que nos acompañas, que permaneces fiel junto a cada paso. Haznos vivir cada Eucaristía con mayor fe, con más humildad, con más amor. Haznos comprender que el milagro más grande no está fuera, sino dentro. Que la carne que anhelábamos ver habita en nosotros cada vez que comulgamos con fe.


    Y que la sed que hoy sentimos no se apague, sino que crezca. Que esa nostalgia de ti no desaparezca, sino que nos impulse a buscarte más, a adorarte más, a vivir contigo con más entrega. Porque Tú eres el Dios vivo. Y nosotros, Señor, somos ciervos sedientos, avanzando contigo hacia el día en que te veremos cara a cara. Amén.




domingo, 11 de mayo de 2025

¿QUIÉN COMO DIOS?


    Este sábado, acompañando a un grupo de peregrinos, estuve en el santuario subterráneo consagrado a san Miguel en el Monte Gárgano (Italia).

    En lo alto de este monte, el cielo parece rozar la tierra y el silencio, a pesar de los numerosos turistas y peregrinos, tiene un sentido sagrado y misterioso. Se respira un aire antiguo que tiene aromas de humedad, pero también de cera y de oración. Parece que uno todavía puede escuchar la voz del arcángel que proclama: “Yo soy Miguel, el príncipe de los ejércitos del Señor”.


    No se trata de una evocación poética ni tampoco de pura imaginación: se palpa una presencia. La gruta no es un simple espacio subterráneo, sino un espacio que no fue consagrado por manos humanas —por las del obispo que pretendía hacerlo—, pues el mismo san Miguel afirmó que no era necesario: estaba ya consagrada por el mismo Dios. Y esa presencia no es decorativa ni simbólica. En este lugar, todo indica que se libra una batalla invisible, un combate espiritual que compromete las almas y la historia humana. Como reza una de las numerosas lápidas que, parafraseando el libro del Génesis, marcan la entrada a aquel templo: “¡Qué terrible es este lugar! ¡No es sino la casa de Dios y la puerta del cielo!” (Gn. 28,17).


    Lugar terrible: porque en él se entabla un singular combate que no precisa de espadas ni de otras armas terrenales, sino que se libra con armas invisibles como la fe, la oración, la adoración y todas las virtudes. Terrible también porque Miguel es “¿quién como Dios?”, y su nombre no es algo caprichoso ni aleatorio, sino una pregunta que confunde al soberbio y fortalece al humilde. En este lugar santo, el alma percibe muy de veras esa lucha espiritual que para nosotros comenzó con una sonora derrota en el Paraíso y que sigue atravesando la historia de los hombres y los pueblos.


    El santuario se encuentra en una gruta, pero no imaginemos algo oscuro, porque está bañada de una luz que desciende de la altura. Así debe ser el santuario de nuestro propio corazón: profundo e iluminado. La gruta, honda y abierta, recuerda que también el corazón necesita abrirse al “sol que nace de lo alto”. Porque el combate más esforzado e importante no es el que libramos a veces contra nuestros semejantes, sino el que libramos dentro de nosotros mismos contra las potencias tenebrosas del mal que nos acechan: allí donde san Miguel y sus ángeles quieren entrar como defensores y protectores, como heraldos del único que merece el nombre de Señor.


    Acostumbrémonos a orar usando la oración compuesta por el Papa León XIII:

    San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la celestial milicia, arroja al infierno con el divino poder a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén.

viernes, 9 de mayo de 2025

CORAZÓN DE LEÓN


      “Muchos de los discípulos de Jesús dijeron: ‘Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?’. Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: ‘¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen’” (Jn. 6,60-64).

     Jesús no edulcora la verdad. No la disfraza para que suene mejor ni la rebaja para que no moleste a nadie. Nos dice que sus palabras son “espíritu y vida”, pero también prevé que esas palabras escandalizarán a muchos. Sabía perfectamente el Señor que habría discípulos que le abandonarían, que su modo de hablar sería juzgado como exagerado, duro, poco pastoral según criterios actuales. Pese a ello, no retrocedió. Fue fiel a la Verdad que había venido a proclamar, aun cuando esa fidelidad costara la incomprensión, el rechazo y el abandono.


      Así ha de ser también un buen pastor de la Iglesia: valiente, claro, fiel. No actuar como un político que mide sus palabras para no perder votos, sino como un profeta que anuncia lo que Dios quiere decir a su pueblo. El nuevo Papa, León XIV, no puede ser menos que su Maestro. Ya ha elegido su nombre con un propósito: enlazar con la figura poderosa de León XIII, que alzó la voz para proclamar el Evangelio creando la moderna doctrina social de la Iglesia, y así defender a los pobres, a los trabajadores, a los más olvidados de la historia. Pero no basta con adoptar ese nombre concreto: hace falta, sobre todo, tener un “corazón de león”. Un corazón que no tema decir lo que molesta, un corazón que no se esconda tras consensos ni ambigüedades.


      Hoy pedimos para él esa audacia. Que sea pastor según el Corazón de Cristo. Que no tema escandalizar cuando se trate de proclamar el Nombre de Jesús. Que no nos oculte la dureza del Evangelio, sino que nos lo entregue íntegro, para que también nosotros seamos purificados, corregidos, y fortalecidos. Que nos hable con el mismo fuego con que Jesús habló, aunque algunos no quieran escucharlo. Porque solo así podrá llevarnos a la Vida.


      Jesús, da al Papa León XIV un corazón de león, noble y valiente. Que sea fiel a tu Palabra y fuerte en la verdad. Fortalécelo para que pueda defendernos de los enemigos. Llénalo de tu Espíritu Santo, para que nos conduzca con seguridad por el camino de tus mandamientos hacia los pastos eternos. Amén.

HABEMUS PAPAM!

   



    Con alegría hemos acogido al nuevo sucesor de Pedro, el papa León XIV. La Iglesia esperaba —y necesitaba— un guía que la ayudara a caminar por los difíciles y peligrosos caminos del mundo actual. Pero el Papa no orienta según sus propios criterios, sino que ha de atenerse a la luz de Dios que nos proporciona la Sagrada Escritura. Hoy, en el pasaje de los Hechos de los Apóstoles, escuchamos estas palabras dirigidas a Ananías, un cristiano de Damasco a cuya casa se dirigirá Saulo: “Anda, ve; que ese hombre es un instrumento elegido por mí para llevar mi nombre a pueblos y reyes, y a los hijos de Israel. Yo le mostraré lo que tiene que sufrir por mi nombre” (Hch. 9,15-16).


    También el Papa es un instrumento elegido. No se elige a sí mismo, ni lo elige el mundo. Es elección de Dios, para llevar el nombre de Jesús a todos: a las naciones, a los poderosos de la tierra, y también —sí, también— al pueblo de la Antigua Alianza, al que Dios nunca ha dejado de amar. Porque también los hijos de Israel están llamados a abrazar la fe en Jesús como Mesías y Salvador del mundo. El ministerio del Papa no tiene fronteras. Es misionero, es universal, es católico en el sentido más literal y profundo de la palabra: abarca a todos los hombres.


    Pero esta misión no se cumple sin cruz. La Palabra lo dice claramente: “le mostraré lo que tiene que sufrir por mi nombre”. No se trata de un sufrimiento estéril, sino fecundo. El verdadero Papa es alguien que siembra en lágrimas para recoger en gozo, que testimonia con su sangre —aunque no sea mártir de forma cruenta— el amor por Cristo y por su Iglesia. Debe configurarse con Cristo sufriente, paciente, humillado. No deberá buscar la gloria del mundo, sino la de Dios. Como Jesús, será incomprendido, juzgado, rechazado. Pero con Jesús será instrumento de salvación. Porque llevará en su carne y en su alma el peso de todos.

¡Bienvenido y gracias, Santo Padre!


    Señor Jesús, buen Pastor, te damos gracias porque has mirado con amor a tu Iglesia y le has regalado un nuevo sucesor de Pedro. Gracias por el Papa León XIV, instrumento elegido por ti para guiar a tu pueblo en estos tiempos difíciles. Sosténlo con la fuerza de tu Espíritu, ilumina su mente con tu sabiduría, fortalece su corazón en la prueba, y haz de él un signo vivo de tu amor fiel y misericordioso. Que, unido a ti, sea luz para las naciones, consuelo para los pobres y profeta de esperanza para este mundo herido. Amén.

jueves, 8 de mayo de 2025

SEGUNDO DÍA DEL CÓNCLAVE

    “Felipe se acercó corriendo, le oyó leer al profeta Isaías, y le preguntó: «¿Entiendes lo que estás leyendo?» Contestó: «¿Y cómo voy a entenderlo si nadie me guía?” (Hechos 8,30-31).    


    Ayer, Roma estaba atestada de gente. Multitud de cadenas de televisión en todas las lenguas se hallaban en el entorno de la plaza de San Pedro, improvisando platós en mitad de la calle y desplegando una febril actividad con entrevistas a “expertos” o a simples turistas paseantes. Al final, como era previsible, humo negro. Decepción. ¿Decepción? ¿Qué habrán entendido la mayoría de estas personas? No nos damos cuenta de que, para saber qué está ocurriendo, más que a los medios, debemos acudir a la Palabra de Dios.


    La escena de Felipe y el eunuco etíope, que es la primera lectura de la misa de hoy, nos revela una verdad fundamental: la Palabra de Dios necesita ser proclamada, explicada y vivida por quienes han sido llamados a enseñar. El eunuco, a pesar de su deseo de comprender, reconoce su necesidad de guía. Felipe, movido por el Espíritu Santo, se convierte en ese guía que, con fidelidad, humildad y amor, le explica las Sagradas Escrituras y le anuncia a Jesús. Y todo sin relumbrón ni concesiones a la galería. 


    En este segundo día del cónclave, recordamos que el Papa, como sucesor de Pedro, tiene la misión de ser maestro de la fe. No está llamado a adaptar la Palabra al gusto del mundo, para convertirse en un líder convincente o en un influencer muy popular, sino a proclamarla con valentía y sencillez, guiando al pueblo de Dios hacia la Verdad que libera y da vida. Esta responsabilidad también recae en todos los pastores, quienes deben enseñar no desde sus propias opiniones, sino desde la Palabra de Dios, iluminada por el Espíritu Santo.


    En un mundo donde muchísimas voces confunden y desvían, necesitamos pastores que, como Felipe, se acerquen con prontitud y expliquen las Escrituras con fidelidad y amor. Que el nuevo Papa sea un hombre de la Palabra, que la escuche, la medite y la enseñe con claridad, guiando a la Iglesia por caminos de Verdad y de Vida.


    Señor Jesús, Maestro y Pastor,

Tú que abriste el tesoro de las Escrituras a tus discípulos y encendiste sus corazones, te pedimos que ilumines a los cardenales reunidos en cónclave. Concédeles discernimiento para elegir al nuevo Papa, un maestro fiel que, como Felipe, guíe a tu pueblo en la comprensión de tu Palabra.


    Haz que nuestros pastores sean hombres de oración y estudio, que enseñen con claridad y vivan con coherencia, para que, guiados por ellos, comprendamos las Escrituras y caminemos hacia ti, que eres el Camino, la Verdad y la Vida.


    María, Madre de la Iglesia, intercede por nosotros. Amén.

miércoles, 7 de mayo de 2025

PRIMER DÍA DEL CÓNCLAVE


    “Aquel día, se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén; todos, menos los apóstoles, se dispersaron por Judea y Samaría” (Hch. 8,1).

    La historia de la Iglesia comenzó entre persecuciones. No fue recibida con aplausos ni con reconocimientos. Nació en el rechazo, creció en la contradicción, se extendió en medio de conflictos. Y, sin embargo, aquellos primeros discípulos no se callaron. Fueron valientes. La Palabra de Dios crecía porque quienes la llevaban estaban dispuestos a perderlo todo por Cristo.

    Hoy comienza el cónclave. Y, una vez más, la Iglesia necesita valentía. No solo la de sus fieles, sino, de forma especial, la de sus pastores. El mundo actual no persigue con espadas, pero sí con desprecios, burlas, mentiras, censuras, ideologías que buscan destruir desde dentro la verdad del Evangelio. Frente al aborto, la eutanasia, la ideología de género, la cultura del descarte, el debilitamiento del matrimonio, la idolatría del poder y del dinero, no basta un liderazgo diplomático: hace falta un testigo valiente.

    El sucesor de Pedro no es elegido para agradar al mundo, sino para confirmar en la fe a los hermanos. No para adaptar la fe al gusto del momento, sino para custodiarla y transmitirla con fidelidad. El próximo Papa necesitará valor y fortaleza, porque sobre él descargarán presiones enormes. Pero también contará con la gracia de Dios, como la tuvo Pedro cuando se puso en pie en medio del Sanedrín.

    Este tiempo es una batalla espiritual. No contra personas, sino contra todo lo que desfigura el rostro de Cristo en el mundo. Por eso rezamos por los cardenales que se encierran hoy en cónclave: que escuchen al Espíritu Santo, que no teman al mundo, que busquen la gloria de Dios, no la del momento. Y que el elegido, como Pedro, sepa amar más que los demás y dar la vida por las ovejas.

    Señor Jesús, buen Pastor,

      Tú que diste la vida por tu Iglesia, mira con amor a los pastores que hoy se reúnen en tu nombre. Dales luz para discernir, coraje para elegir con libertad y fe para confiar en que Tú no abandonas a tu rebaño.

    Prepara el corazón de aquel a quien vas a llamar para ser el nuevo Pedro entre nosotros: hazlo fuerte en la verdad, manso en el trato, firme frente al error y generoso en el amor.

    En medio de tantas amenazas contra la vida, la fe y la verdad, danos un Papa valiente y santo, que no se avergüence del Evangelio y que no tema a los poderosos del mundo.

    Te lo pedimos, Señor, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.




martes, 6 de mayo de 2025

LAS QUINTAS MORADAS


    “Comienza esta simiente a vivir; que hasta que hay este mantenimiento de que se sustentan, se está muerta (…); y con hojas de morera se crían (…), y hacen unos capullitos muy apretados adonde se encierran; y acaba este gusano que es grande y feo, y sale del mismo capullo una mariposita blanca, muy graciosa” (Quintas Moradas, 2,2).


    Santa Teresa nos ofrece, en su libro del Castillo Interior, una imagen extraordinaria y bellísima del alma en las quintas moradas. Habla de un gusano que se arrastra y se alimenta, y luego se encierra en un capullo de seda que teje muy apretado. Así es también el alma que, después de haber recorrido las primeras moradas y de haberse alimentado de oración, sacramentos, buenas obras, penitencias… empieza a vivir de una forma nueva su relación con Dios. Llega un momento en que siente la necesidad de recogerse, de entrar dentro de sí para estar más a solas con el Señor. Ya no busca fuera, sino dentro.


    Ese recogimiento es como el estado de crisálida. Desde fuera, todo parece silencio e inmovilidad, pero en lo escondido está ocurriendo una transformación. Se está produciendo una muerte: la del yo, la del alma que aún vivía centrada en sus esfuerzos o sus sentimientos. Y cuando Dios quiere, esa muerte da paso al nacimiento de una vida nueva. El alma ya no es un gusano, sino una mariposita blanca. No vive para sí, ni se arrastra por la tierra, sino que vuela libre, unida a Dios. Porque esa es la finalidad profunda de esta transformación: la unión de voluntades entre el alma y Dios. Eso es la mariposa: la criatura nueva que ya no quiere otra cosa que lo que Dios quiere. Esa es la Pascua del alma, su verdadera resurrección.


    Jesús, escóndeme en el silencio donde Tú transformas el alma. Haz que en ese recogimiento interior se apague mi voluntad y la tuya crezca en mí. Que dentro del capullo que tu amor me ayuda a tejer, muera todo lo que aún me ata a mí mismo, y brote una vida nueva, en la que ya no viva yo, sino que Tú vivas en mí. Que mi querer y el tuyo se hagan uno solo, como alas que vuelan juntas hacia lo alto. Amén.