“Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Jn. 15,15-16).
Ayer, martes, caminamos como peregrinos desde Asís a Siena. Y el Evangelio de hoy nos resuena con una fuerza especial tras la visita a esa ciudad donde nació y vivió una de las más grandes santas de la Iglesia: Catalina de Siena. Ella, que fue analfabeta durante buena parte de su vida, supo leer en el Corazón de Cristo más que muchos sabios. Escuchó la voz del Amigo, y se dejó transformar por ella. No vivió como sierva, sino como amiga: amada, elegida, enviada.
Catalina fue una mujer de fuego. Toda su vida fue una respuesta apasionada al amor de Jesús que la llamó y la consagró para una misión única. Y ella no puso condiciones. Su corazón estaba totalmente disponible. No buscó el aplauso ni la seguridad, sino la verdad. Se consumió por la Iglesia, a la que contemplaba como la dulce Esposa de Cristo. Intercedió por los pecadores, amó al Papa, se lanzó por caminos peligrosos para sembrar paz donde solo había división. Su fruto permanece, como promete el Evangelio, porque fue un fruto nacido del amor.
Y además ayer fue 13 de mayo: memoria de la Virgen de Fátima. En otro tiempo y lugar, María se apareció a unos niños humildes para repetir lo que siempre ha dicho a los corazones sencillos: que recen, que hagan penitencia, que se conviertan, que confíen. Francisco y Jacinta, junto con Lucía, escucharon como amigos, con extremada fidelidad y confianza. Recibieron una misión y la cumplieron con valentía asombrosa. Desde su pequeñez ofrecieron sacrificios por los pecadores, consolaron el Corazón de Jesús y creyeron en lo invisible.
Siena, Asís y Fátima se unen hoy como estaciones de un mismo camino. Las une una misma lógica del amor: Jesús que elige, que llama amigos, y que envía. Las une también el corazón ardiente de quienes responden con total generosidad. ¿No es eso lo que nosotros mismos deseamos? Vivir como amigos de Cristo. Escuchar lo que Él ha oído del Padre. Dar un fruto que permanezca. Y ser como Catalina, como Francisco, como los pastorcitos de Fátima, consuelo para el Corazón de Jesús.
Señor Jesús, gracias por llamarme amigo. Gracias por elegirme, no por méritos míos, sino por tu puro amor gratuito. Quiero escuchar tu voz como Catalina, Francisco y los santos niños de Fátima. Quiero consolarte con mi fe, con mi amor y con mi vida entera. Lléname de tu Espíritu para que dé fruto abundante, y para que ese fruto permanezca. Amén.
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