“Dentro de poco ya no me veréis, pero dentro de otro poco me volveréis a ver (…) En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría” (Jn. 16,20).
Hay momentos en que parece que el Señor se esconde, que la oración no fluye con espontaneidad, que las ocupaciones nos dispersan, que la vida misma, con su ritmo confuso y sus tareas repetidas, no deja espacio para Dios. “Dentro de poco ya no me veréis”, sentimos que nos dice. Y nos quejamos de nuestras circunstancias: del ruido, del cansancio, de la dificultad para recogernos, de la falta de atención o de concentración, del escaso fruto que parece dar nuestro esfuerzo. Pero quizás todo eso, precisamente todo eso que tanto nos cuesta, sea el lugar donde Él quiere encontrarse con nosotros. Quizás es en esta vida ordinaria donde el Señor ha decidido esperarnos.
Lamentar la vida ordinaria puede ser, sin darnos cuenta, una forma de desear otra irreal, que no existe. Y soñar con realidades improbables o imposibles, idealizadas y lejanas, puede llevarnos al engaño de una vida que nunca llega, y al mismo tiempo al aburrimiento de una vida que sí está ahí, esperando ser abrazada, vivida, ofrecida. Lo que el Señor nos pide no es otra vida, sino otra mirada. No que huyamos del mundo, sino que reconozcamos su Presencia en medio de lo que somos y hacemos. El “dentro de poco” que Él menciona no es un tiempo cronológico, sino la medida del corazón que aprende a esperar, a confiar, a descubrir que la tristeza de no verlo se convierte en alegría cuando reconocemos que estaba, que está, que siempre estuvo.
No es cierto que Dios se ausente; somos nosotros los que nos vamos tras los sueños irrealizables, y en ese vagar, nos lamentamos de no encontrarlo. Pero Él está, no más allá, sino aquí; no en otra vida, sino en esta. La verdadera alegría no viene cuando cambiamos de escenario, sino cuando reconocemos a Jesús caminando con nosotros por este mismo escenario. Por eso, no despreciemos ni huyamos de lo cotidiano, ni de lo difícil, ni de lo repetido. Allí, en lo que nos parecía solo fatiga o monotonía, puede sorprendernos la alegría de su Presencia.
Jesús, enséñame a no buscarte fuera de la vida que me has dado. No permitas que me encariñe con los sueños más que con la verdad. Haz que descubra que Tú estás aquí, en el día a día, y que vienes a mí dentro de poco, aunque me parezca que tardas. Que no me aburra de vivir cuando Tú deseas encontrarte conmigo precisamente en lo que soy, en lo que tengo, en lo que me rodea. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario