lunes, 12 de mayo de 2025

EL MILAGRO ESTABA DENTRO



    El domingo pasamos de largo por Lanciano. Los corazones de algunos peregrinos se sintieron apenados por no haber podido detenerse en aquel lugar santo donde se venera desde hace siglos un milagro eucarístico. No contemplamos la custodia, no pudimos ver aquel fragmento de carne que ha fortalecido la fe de tantos. Y, sin embargo, no fue una pérdida. Porque Tú, Señor, no estás solamente donde quisiéramos detenernos, sino donde Tú decides amarnos. Y ayer lo hiciste en el autobús y en el aparente fracaso de nuestros planes.


    Aquella mañana ya te habíamos recibido en la comunión. Te habías hecho uno con nosotros en la blancura del pan consagrado. Nos llenaste con tu presencia real, aunque invisible. Y quizá habíamos olvidado que eso es más grande que cualquier milagro visible. Porque la Eucaristía no es solo un lugar al que vamos: es un Dios que viene. Es un Sacramento que nos une a ti, que se pone en camino con nosotros y nos da fuerza para continuar.


    Señor, no ver aquel signo despertó en el alma una gran nostalgia. Pero fue una nostalgia buena, que duele pero no daña, sino que abre el corazón. Nos hizo comprender que no podemos vivir solo de lo que vemos. Que nuestra vida cristiana es una marcha sostenida por la fe. Que Tú estás presente, aunque —como los de Emaús— no sepamos reconocerte.


    Hoy entendemos con más hondura que la Eucaristía no es una meta donde detenerse, sino un Alguien que se une al camino. Tú, Jesús, vienes en el pan partido, no para quedarte encerrado en un lugar, sino para salir con nosotros a la vida, para sostenernos en nuestro andar, para ser presencia viva que consuela, fortalece y guía.


    El salmo de la misa de hoy nos lo ha recordado con una precisión luminosa: “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?” (Sal. 41). Esa es, Señor, nuestra verdadera sed. No ver una reliquia, sino encontrarte a ti. No admirar un signo del pasado, sino acoger al Salvador hoy. No detenerse en lo que asombra los ojos, sino abrir el corazón a tu misterio.


    Gracias, Señor, por esta enseñanza que nos diste en el silencio, y que ha ido calando poco a poco en nuestras almas. Gracias por recordarnos que estás ya en nosotros, que nos acompañas, que permaneces fiel junto a cada paso. Haznos vivir cada Eucaristía con mayor fe, con más humildad, con más amor. Haznos comprender que el milagro más grande no está fuera, sino dentro. Que la carne que anhelábamos ver habita en nosotros cada vez que comulgamos con fe.


    Y que la sed que hoy sentimos no se apague, sino que crezca. Que esa nostalgia de ti no desaparezca, sino que nos impulse a buscarte más, a adorarte más, a vivir contigo con más entrega. Porque Tú eres el Dios vivo. Y nosotros, Señor, somos ciervos sedientos, avanzando contigo hacia el día en que te veremos cara a cara. Amén.




No hay comentarios:

Publicar un comentario