Estamos en la víspera de Pentecostés. En esta noche santa, la Iglesia velará en oración con María, como lo hicieron los apóstoles en el cenáculo, esperando la irrupción del Espíritu Santo.
En estos días previos a la gran fiesta, como ya saben algunos de los lectores, me he visto forzado a vivir más desde la pobreza a causa de algunos problemillas de salud. Y como les reconocía ayer eso me ha impedido rezar el oficio divino, hacer otros ejercicios de piedad, o incluso concentrarme en la oración mental. Pero hay algo que no he dejado: el rosario.
En esta limitación física y mental, he recordado un texto antiguo que publiqué en mi blog en 2022, titulado “La oración de los sencillos”. Hoy no me siento capaz de escribir nada nuevo, pero me parece oportuno recuperar -y casi me atrevería a decir que el Espíritu me lo ha sugerido- la conclusión de aquel artículo. La transcribo tal como la escribí entonces:
“Quizás confiamos exageradamente en los buenos oficios de políticos y diplomáticos, en los avances de la medicina y en la sofisticación de la técnica, y hemos olvidado algo tan sencillo, tan falto de carácter científico, tan al alcance de cualquiera que se reconozca pobre e ignorante, como el Rosario, la oración de los simples.
Quizás nuestros abuelos tenían razón cuando centraban en él su vida espiritual, abandonando toda complicación y toda inquietud en las manos amorosas de la Virgen.
Quizás los sacerdotes y religiosos ‘de antes’ no estaban tan equivocados cuando dedicaban, con fidelidad ejemplar, más tiempo a rezar los quince misterios del Rosario que a informarse de la última novedad a través de los medios de comunicación social.
Quizás, si nuestra Madre del cielo nos concede esa gracia, también un día cada uno de nosotros descubra por propia experiencia qué significa vivir seguros y confiados bajo el manto de la Virgen, y cuántos son los tesoros encerrados en esta devoción que ella misma nos ha pedido.”
Hoy, en esta vigilia de Pentecostés, lo único que puedo hacer es volver a ponerme en oración tan sencilla junto a la Virgen. Quizás también para mí —y para muchos otros— el don del Espíritu venga esta vez por el camino humilde y fecundo del rosario.