lunes, 31 de marzo de 2025

EL SIGNO ES EL CAMINO


    “El funcionario insiste: ‘Señor, baja antes de que se muera mi niño’. Jesús le contesta: ‘Anda, tu hijo vive’. El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando cuando sus criados vinieron a su encuentro, diciéndole que su hijo vivía” (Jn. 4,49-51).


    Este hombre anónimo, un padre desesperado, se acerca a Jesús desde el dolor más hondo: su hijo se muere. No le importa la distancia, ni su prestigio de funcionario real, ni las posibles respuestas que recibirá. Solo quiere vida para su hijo. Suplica: “Señor, baja antes de que se muera mi niño”. Pero en lugar de una promesa inmediata, parece recibir un reproche: “Si no veis signos y prodigios, no creéis”. Nosotros, al leerlo, hemos pensado muchas veces que esas palabras iban dirigidas a él. Sin embargo, el relato demuestra lo contrario. Jesús, que conoce los corazones, ve la fe silenciosa de aquel hombre. Y lo prueba el hecho de que, sin realizar signo alguno, sin bajar con él, sin pedirle nada más, le dice: “Anda, tu hijo vive”. Es una palabra poderosa que contiene una bendición y un aliento a su confianza. No está dicha para reprender, sino para confirmar una fe que ya vive en él, aunque sea oscura y temblorosa.


    Es probable que aquel hombre sintiera dolor al oír las palabras duras de Jesús. Pero ese dolor no fue suficiente para hacerlo retroceder. Porque hay otro dolor más grande en su interior: el de un padre que se aferra a la esperanza de salvar a su hijo. No le importó sentirse injustamente juzgado. No discutió. No pidió explicaciones. Se aferró a la palabra de Jesús como a una tabla de salvación. Y se puso en camino. Ese camino es el verdadero protagonista del relato. Porque es un camino de fe, puro, limpio, silencioso. El hombre no ha visto nada, no tiene pruebas, no lleva a Jesús consigo. Solo va caminando con una palabra en el corazón: “tu hijo vive”.


    Ese es el signo: el camino. Cada paso que da es un acto de confianza, cada hora de espera es una oración, cada instante de silencio es una adhesión incondicional. No vuelve a casa con una señal, sino con la fe desnuda. Y por eso, en ese camino de fe, sale a su encuentro la buena noticia: “tu hijo vive”. Y luego llegará la plenitud: el reconocimiento de que fue en aquella misma hora bendita, y la alegría de ver a toda su casa creer en Jesús. Todo por haber acogido una palabra con fe y haber emprendido un camino sin ver.


    Jesús, Tú pronuncias palabras que salvan, aunque a veces también hieren: enséñame a no detenerme en el reproche, ni a lamentarme de las heridas. Que no me escandalice cuando me hables con firmeza, si Tú sabes lo que hay en mi corazón. Dame, Señor, una fe como la de aquel hombre: que me ponga en camino con tu palabra como única luz, y que camine, aunque no vea, sabiendo que sólo Tú das vida. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario