jueves, 27 de marzo de 2025

EL MÁS FUERTE


    “Pero si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Pero si llega otro más fuerte que él y lo vence, le quita las armas en que confiaba y reparte su botín” (Lc. 11,19-22).


    El Señor se presenta como el más fuerte, aquel que ha venido a vencer al diablo, a irrumpir en el reino del mal y liberar a los cautivos. La imagen del hombre fuerte que guarda su palacio con sus armas simboliza la seguridad del mal (que es sólo apariencia), reflejada en las estructuras de pecado. Pero Jesús no pacta con ese poder, no negocia con el maligno: lo vence. Lo vence con el “dedo de Dios”, una expresión que evoca la acción directa del Espíritu Santo, y que aparece también en el episodio del Sinaí cuando Dios escribió la ley sobre las tablas.


    Jesús no necesita signos espectaculares en el cielo. Su vida entera es un signo permanente del amor del Padre. Cada vez que cura a un enfermo, cada vez que perdona un pecado, cada vez que libera a un poseído, está realizando signos de vida y el Reino de Dios irrumpe en el presente. Sin embargo, muchos no ven, no quieren ver. Cierran sus ojos y su corazón. La ceguera voluntaria es la más oscura, porque en ella no hay ignorancia sino obstinación. Rechazar la Luz porque viene en forma humilde es más que incredulidad: es pecado contra el Espíritu.


    En el combate espiritual de nuestra vida, no luchamos solos. El más fuerte ya ha venido. Ha vencido al tentador, y lo ha despojado de sus armas. Pero ahora nos toca a nosotros abrirle la puerta, dejar que Él reine en nuestro corazón, vivir bajo el poder de su Espíritu. La vida cristiana es vivir en este Reino que ya ha llegado, aunque todavía esperamos su plenitud.


    Jesús, vencedor del mal, fuerte y armado con las armas de un Dios que es amor, no permitas que dude de tu poder ni que te atribuya lo que viene del enemigo. Que nunca me cierre a tu acción por miedo, por orgullo o por tibiezaa. Ven, con la fuerza de tu Espíritu, y reina en mi vida. Amén.


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