domingo, 23 de marzo de 2025

ZARZA ARDIENTE DE AMOR



    “El ángel del Señor se le apareció en una llamarada entre las zarzas. Moisés se fijó: la zarza ardía sin consumirse. Moisés se dijo: ‘Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver por qué no se quema la zarza’. Viendo el Señor que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza: ‘¡Moisés, Moisés!’. Respondió él: ‘Aquí estoy’. Dijo Dios: ‘No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado’. Y añadió: ‘Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob’” (Ex. 3,2-6).


    Tú te revelas a Moisés, Señor, no en el esplendor de una puesta de sol, ni en la inmensidad del océano, ni siquiera en el fulgor de una tormenta, sino en el corazón del desierto. Y lo haces en una zarza humilde, que guarda celosamente su misterio, bien defendido por sus espinas. En ella arde una llama que no la consume, una luz que no la destruye, una presencia que no se puede abarcar ni explicar. La zarza ardiente es mysterium tremendum y mysterium fascinans: misterio que sobrecoge y hace temblar, y a la vez misterio que atrae con fuerza irresistible, que enamora y convoca, que despierta en el alma una sed que no se apaga.


    Tú lo llamas por su nombre, dos veces: “¡Moisés, Moisés!”. Y él responde como debe responder toda alma visitada por el misterio: “Aquí estoy”. Pero Tú lo detienes. No es posible avanzar hacia ti sin despojarse. “Quítate las sandalias”, le dices. Desnuda tus pies, descubre tu pequeñez, reconoce que entras en un ámbito que no te pertenece, que todo aquí es don, que esta tierra es santa no por sí misma, sino por la Presencia que la habita.


    Tú te presentas como el Dios de los padres, el Dios de la historia, el Dios fiel que no olvida. No eres una aparición fugaz, sino el Eterno que acompaña nuestras vidas. No eres una invención de nuestro deseo, sino el que ha hablado, ha prometido y ha cumplido. Y ahora llamas. Llamas desde el fuego y desde las espinas, desde la humildad de la zarza y desde la profundidad del desierto. Pronuncias mi nombre. Quieres mi disponibilidad. Pretendes entrar en mi historia.


    ¡Oh zarza ardiente de amor eterno! Misterio que me sobrecoge y me atrae, fuego que no destruye, sino que transforma. Llámame también por mi nombre. Haz que me acerque, que pregunte, que me deje invadir por tu misterio. Desnuda mi alma de todo lo que me separa de ti. Hazme consciente del suelo sagrado que piso cada día. Y enséñame a vivir en tu presencia con temor y confianza, con temblor y deseo. Amén.

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