sábado, 22 de marzo de 2025

CORAZÓN DE JORNALERO


    “Recapacitando entonces, se dijo: Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros” (Lc. 15,17-19).


    Padre Eterno, he empezado a volver, pero quizá con los pies sucios de orgullo y el corazón todavía lleno de mí mismo. No me duele realmente haberte herido, sino haberme herido a mí mismo. No te busco por amor, sino porque el hambre y la pobreza me agobian. No recuerdo tu rostro ni tu voz, solo la mesa en la que antes comía. Ni siquiera me acuerdo de mi hermano. Solo pienso en los jornaleros que se hartan de pan, porque mi alma se ha vuelto servil e interesada, acostumbrada a calcular, a exigir, a sopesar méritos y derechos, olvidando que tu amor no se pesa ni se exige. Que se recibe o se rechaza, simplemente.


    Perdóname, Padre, porque también yo quiero hacerme un plan de regreso que me asegure algo. Me presento con un discurso estudiado, lleno de excusas, de autocompasión o de fórmulas aprendidas, para ver si consigo tu perdón, pero sin haberme dejado desgarrar todavía por el dolor de haberte despreciado. Digo que ya no merezco ser tu hijo, como si alguna vez lo hubiera merecido, como si no fuera un don purísimo y gratuito el hecho de que me llames hijo. Digo que me trates como jornalero, porque aún no he entendido que el único lugar al que me llamas es el de hijo, sin condiciones, sin salario, sin tratos, sin cuentas. No he entendido que lo mío no es trabajar para ti, sino estar a tu lado. No he entendido que me esperas, no con una libreta en la mano y reproches en los labios, sino con los brazos abiertos.


    Padre de misericordia, sáname de esta falsa humildad que esconde orgullo, de esta falsa conversión que solo se duele del vacío y la pobreza, no del pecado. Haz que vuelva a ti con el corazón desnudo y el alma rota. Haz que me duela más haberme alejado de ti que todo el hambre del mundo. Enséñame que no tengo nada que merecer, que no hay nada que reclamar, porque todo lo he recibido ya. Hazme entender que Tú no quieres jornaleros, sino hijos. Y que no hay otro camino para volver que dejar que me encuentres, me abraces y beses con ternura. Arráncame por fin este corazón de siervo y pon en mí un corazón de hijo. Amén.

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