domingo, 30 de marzo de 2025

ENCONTRADO, NO REGRESADO


    “Cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado” (Lc. 15,30-32).


    El hijo mayor no comprende el corazón del padre. Aunque ha permanecido siempre en casa, en realidad ha vivido como un criado más. Mira al hermano desde fuera, como si no le perteneciera ya, y le llama “ese hijo tuyo”, como si quisiera excluirlo de su familia. Y cuando habla con su padre, ni siquiera le llama padre, y se presenta a sí mismo como un siervo que no ha recibido nunca la recompensa debida, en lugar de como un hijo amado. El padre, en cambio, responde desde una verdad mucho más honda: “este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. No dice que ha vuelto ni que ha regresado, porque no lo esperaba pasivamente, sino que lo ha buscado. El padre es como el dueño de las ovejas que busca a la que se le ha perdido, o como la mujer que barre toda la casa para encontrar la moneda extraviada. En esta parábola, aunque no se mencione expresamente, sabemos que el padre ha buscado a su hijo con el alma, con los ojos, con la esperanza. Lo ha buscado con discreción y con amor. Y cuando lo ha encontrado, ha hecho fiesta.


    La perspectiva del hijo mayor es distinta: se sitúa fuera del corazón del padre y fuera de la comunión con su hermano. Cree que todo depende de méritos y recompensas, de justicia humana, de interés. No puede comprender la lógica del amor que es gratuidad, del amor que rescata, del amor que va en busca de lo perdido. No puede entender la alegría del reencuentro, porque no ha experimentado todavía el amor del padre como don inmerecido. El corazón del hijo mayor está endurecido, y por eso no puede alegrarse con el padre. Le cuesta muchísimo entender que la verdadera alegría no nace de los logros, sino del amor que restaura, que levanta, que devuelve la vida. Y quizá también él esté perdido, aunque no se dé cuenta ni nunca se haya ido. Quizá también él necesite ser encontrado por el padre.


    Padre eterno, abre mi corazón para comprender el tuyo. Que no mire a mis prójimos desde fuera, como a extraños que no me importan, sino que los reconozca como hermanos míos e hijos tuyos. Haz que no me quede fuera de la fiesta por no entender tu amor. Búscame también a mí si me pierdo, y hazme volver al gozo de tu casa. Amén.

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