sábado, 29 de marzo de 2025

LA VERDAD DEL PECADOR


    “¡Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo». El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: ¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador” (Lc. 18,11-13).


    El Evangelio de la misa de hoy nos trae la parabola del fariseo y el publicano. Si nos fijamos bien nos damos cuenta de que ambos oran, y ambos se dirigen a Dios con palabras que podrían parecer piadosas. Pero sólo uno de ellos muestra su verdad. El fariseo ha aprendido a cubrirse con una máscara de religiosidad: cumple, da gracias, practica con rigor, se compara… pero no se expone. En el fondo, se defiende ante Dios, como si tuviera que justificar su lugar en el templo. No hay lugar para la luz de Dios en su oración porque ya está lleno de sí mismo. Por eso ni siquiera pide. Sólo se exhibe, convencido de que la justicia de su vida está en lo que ha hecho, en su diferencia respecto a los demás. Pero no se atreve a decir quién es, quizá porque ni siquiera él mismo lo sabe. 


    El publicano, en cambio, se atreve a ser. No hace discursos ni se compara, ni menciona prácticas. Solo deja que la verdad más honda brote de su corazón herido: “soy pecador”. Esa confesión, tan desnuda y tan honda, es lo que Dios puede abrazar y sanar. En el silencio de su oración, sin méritos que mostrar ni razones para justificarse, el publicano se ofrece como es. Su humildad es su verdad. Por eso, Jesús lo pone como modelo: porque el publicano deja que Dios sea Dios. Su oración nace de una pobreza que no es fingida, sino reconocida, aceptada, confesada. Y por eso, desarmado ante la compasión divina, “bajó a su casa justificado”.


    Jesús, Tú conoces mi verdad, aunque yo intente esconderla. No me permitas orar con máscaras ni justificarme con lo que hago. Enséñame a presentarme ante ti como soy, sin comparaciones ni excusas. Que como el publicano, sepa decirte desde el corazón: ten compasión de mí, que soy pecador. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario