lunes, 24 de marzo de 2025

LA FE SENCILLA




    “Naamán se puso furioso y se marchó diciendo: ‘Yo me había dicho: Saldrá seguramente a mi encuentro, se detendrá, invocará el nombre de su Dios, frotará con su mano mi parte enferma y sanaré de la lepra. El Abaná y el Farfar, los ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Podría bañarme en ellos y quedar limpio’. Dándose la vuelta, se marchó furioso. Sus servidores se le acercaron para decirle: ‘Padre mío, si el profeta te hubiese mandado una cosa difícil, ¿no lo habrías hecho? ¡Cuánto más si te ha dicho: Lávate y quedarás limpio!’. Bajó, pues, y se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra del hombre de Dios. Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio” (2 Re. 5,11-14).

    Todos somos Naamán. El corazón humano tiene una secreta inclinación hacia lo complicado. Nos parece que las cosas importantes deben exigir mucho esfuerzo, procedimientos sofisticados, rituales minuciosos. Como Naamán, cuando esperamos una intervención divina, proyectamos sobre Dios nuestras propias ideas de grandeza, de espectacularidad o de mérito. Y cuando Dios responde con algo demasiado sencillo —demasiado al alcance, demasiado humilde—, nos sentimos defraudados. Queremos que Dios actúe como nosotros imaginamos que debería hacerlo, no como Él quiere. Pero Dios es sencillamente Dios, y su poder se revela en la humildad, en lo cotidiano, en lo que no llama la atención.


    Naamán, leproso, poderoso, ofendido… representa al hombre herido que busca salvación, pero quiere salvarse a su modo. Y los criados —pequeños, discretos, sensatos— son la voz de la verdadera sabiduría: si te hubieran mandado algo difícil, lo habrías hecho; ¡cuánto más cuando solo te pide que confíes! Es la fe la que limpia, no el agua; es la obediencia confiada la que cura, no el gesto en sí mismo. Dios actúa donde encuentra fe, y su mano cubre a quien se abandona con sencillez.


    Esta escena nos habla también de la pedagogía de Dios: nos invita a descubrir que la salvación no está sino en una Palabra que se acoge, en una señal humilde que se cumple, en una fe que se atreve a obedecer aunque no lo entienda todo. Y a esta fe ayudan los hermanos: los que están cerca, los que no brillan, pero aman; los que aconsejan con amor y sencillez. A menudo, la salvación llega a través de ellos.


    Señor Jesús, Tú que no pides cosas difíciles, sino una fe humilde, enséñame a no despreciar los caminos sencillos por los que me quieres salvar. Hazme dócil a tu Palabra, atento a los consejos de los pequeños, y capaz de reconocer en lo ordinario la fuerza de tu mano. Límpiame de mis pecados como limpiaste a Naamán, y dame un corazón nuevo, como el de un niño. Amén.

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