Hoy, 12 de noviembre, la Iglesia celebra la fiesta de San Josafat. Tal vez más de uno se pregunte quién fue este santo. Nació en Ucrania hacia 1580 y murió mártir en 1623. Era monje basiliano y arzobispo de la Iglesia rutena, una de las Iglesias orientales unidas a Roma. Desde muy joven se sintió profundamente atraído por la oración y por el deseo de reconciliar a los cristianos separados: soñaba con que el oriente y el occidente, divididos por siglos de desconfianza, volvieran a encontrarse en la misma fe y en la misma comunión con el Papa.
Esa aspiración a la unidad marcó toda su vida y fue la causa de su muerte. San Josafat trabajó incansablemente para acercar a los ortodoxos al catolicismo, con dulzura, paciencia y su ejemplo personal. Pero su celo le granjeó enemigos. Lo persiguieron y, finalmente, una turba lo asesinó con crueldad en Vitebsk, cuando apenas tenía cuarenta y tres años. Cayó agonizante por tierra, como Cristo, perdonando a sus enemigos y ofreciendo su vida por la unidad de la Iglesia. Por eso fue llamado el “mártir de la unión”.
San Josafat fue ucraniano. No podemos olvidar que Ucrania sufre hoy una guerra que parece no tener fin. Al principio ocupaba portadas y titulares y se le dedicaba mucho tiempo en los informativos de televisión; ahora apenas si se la menciona. Pero el sufrimiento continúa: pueblos destruidos, familias rotas, niños sin hogar, miedo, hambre, muerte. Nos hemos ido acostumbrando al horror, pero los cristianos no debemos hacerlo. Estamos llamados a sostener la esperanza de quienes viven en medio del dolor. San Josafat, que procuró la unidad de los cristianos, puede hoy interceder por la paz de su tierra, para que cese el ruido de las armas y se restablezca la fraternidad entre los pueblos. Su testimonio nos recuerda que la unidad y la paz comienzan siempre en el corazón que perdona.
Señor Jesús, Príncipe de la paz, por intercesión de tu mártir San Josafat, mira con misericordia al pueblo ucraniano. Consuela a los que sufren, fortalece a quienes defienden su patria y su libertad, convierte los corazones endurecidos por el odio y concede a todo el mundo la gracia de poder perdonar y el don de la paz verdadera, que solo Tú puedes dar. Amén.