Conforme uno va leyendo y releyendo la Sagrada Escritura encuentra en ella perlas preciosas, cada una de las cuales excede en belleza y valor a las precedentes. Sin embargo, tras años de búsqueda, no he encontrado una más rica y misteriosa que la contenida en versículo 12 del capítulo 2 del evangelio de San Lucas: "y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre".
La señal, la única señal que se da a Israel, después de siglos de espera del Mesías y de la salvación de Dios, es un niño pequeño, inerme, hijo de padres pobres.
Y ciertamente hubiera debido bastar, pues ya Isaías había advertido: "El Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una virgen está encinta y va a dar a luz un niño, y le pondrá por nombre Emmanuel" (Is.7,14). Entreviendo ese día el profeta había exultado de gozo: "Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado"; añadiendo: "Estará el señorío sobre su hombro, y será su nombre Maravilla de Consejero, Dios Fuerte, Siempre Padre, Príncipe de Paz" (Is.9,5).
Dejémonos impresionar por el violento contraste. Quien tiene el "señorío" está recostado en un pesebre de animales; la "maravilla de Consejero" no sabe ni siquiera hablar; el "Dios fuerte" está envuelto en pañales; el "siempre Padre" se presenta como hijo de los hombres; el "príncipe de paz" es perseguido desde el comienzo de su existencia y, por su causa, muchos, como los Inocentes, sufren violencia y muerte.
¿Quién entiende esta señal? Quizás es señal que requiere un profundo cambio de mentalidad, porque Dios es distinto, incomprensible desde las reacciones, los pensamientos y los sentimientos humanos: "porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos, dice el Señor" (Is.55,8).
Dios es Dios, es decir, lo es todo, porque no tiene nada: porque es el supremo Don de sí mismo, el supremo vaciamiento de sí mismo. La Persona, en Dios Trinidad, es pura apertura, total mirada dirigida a Otro. El Padre no es otra cosa más que una mirada y un impulso de amor hacia el Hijo; el Hijo, igualmente, no es otra cosa más que mirada e impulso de amor hacia el Padre; y hasta en sus nombres dependen ambos el Uno del Otro. Y como en Dios ese impulso de amor no es un impulso posesivo, como su Ser no consiste en posesión sino en donación, ese mutuo impulso de amor del Padre y del Hijo no se cierra en ellos, sino que constituye una nueva "desposesión", un nuevo Don, una nueva Persona: la del Espíritu Santo.
San Francisco de Asís, tras su conversión comenzó a servir a una dama a la que entregará generosamente su vida: Dama Pobreza. Con este nombre me parece que no trató de crear una figura alegórica por medio de la cual ensalzar las ventajas o el mérito de la austeridad cristiana sino que, en realidad, a quien él percibió bajo la expresión Dama Pobreza fue al mismo Dios. Quiso así comunicarnos algo muy hermoso y profundo que había descubierto, algo que forma parte del secreto mismo de Dios: que Dios es pobre.
Había comprendido que la pobreza cristiana, y que la entrega a los demás, no son elementos ascéticos encaminados a alcanzar la propia perfección, sino que hacerse pobre es una manera de parecerse a Dios.
Por eso no es casualidad o capricho que la señal de Dios venga envuelta en pobreza y debilidad. Y tampoco es casualidad que fuera San Francisco quien instalara el primer "nacimiento" y se extasiara contemplando en él la señal de Dios. Señal que resultó incomprensible para los hombres de su época y que, con cierto pesimismo, nos preguntamos si no lo seguirá siendo, aún más, para los de hoy.