lunes, 24 de febrero de 2025

ORACIÓN HUMILDE

                                  

  Muchas veces hasta lo ha echado al fuego y al agua para acabar con él. Si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos. Jesús replicó: ¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe” (Mc. 9, 22-23).


    Señor Jesús, mi alcázar de refugio y mi esperanza:

    Me acerco a ti con el corazón abatido y la mirada puesta en tu misericordia. Como aquel padre lleno de angustia que clamó por su hijo, yo también me encuentro muchas veces desbordado por las pruebas, sumergido en el más ardiente dolor y en el más frío desaliento. ¡Cuántas veces la vida me ha golpeado, y yo he sentido que todo se desmoronaba a mi alrededor!


    Pero hoy, Señor, me arrodillo ante ti y repito con fe: “Si algo puedes, ten compasión de mí y ayúdame.” No porque dude de tu poder ni de tu misericordia, sino porque a veces mi fe es débil y mi confianza titubea.


    Y Tú, desde la inmensidad de tu amor, me miras y me respondes: ”¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe.” ¡Oh Jesús mío, enséñame a creer como Tú deseas! Que mi fe no sea un refugio en la desesperación, sino una entrega total a tu voluntad. Dame un corazón abandonado en ti, un corazón que no teme, un corazón que confía.


    Sé Tú mi roca en la tormenta, mi descanso en el cansancio, mi luz en la oscuridad. No permitas que las dudas apaguen la esperanza ni que los miedos me aparten de tu amor. Quiero creer, Jesús, quiero fiarme de ti sin reservas. Aumenta mi fe, fortaléceme en la prueba y haz que, en cada momento de mi vida, mi respuesta sea siempre: “Señor, creo; pero ayuda mi poca fe”. Amén. 



domingo, 23 de febrero de 2025

AMAR COMO EL PADRE DEL CIELO

 


   “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo” (Lc. 6, 31-33).


    Las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy nos invitan a un amor que va más allá de lo natural. Tratar a los demás como quisiéramos ser tratados es la base de toda convivencia, pero el Señor no se conforma con eso, sino que nos pide más: amar incluso cuando no haya reciprocidad.


    Para el Señor no tiene mérito amar solo a quienes nos aman. El verdadero amor cristiano es gratuito, se da sin esperar recompensa, busca el bien del otro sin condiciones. Así es el amor de Dios: un amor que no excluye a nadie, que abraza incluso a los ingratos y pecadores.


    Si queremos parecernos al Padre del cielo, debemos aprender a amar con esta misma gratuidad. No siempre es fácil, pero con su gracia es posible. En lo cotidiano, en los gestos sencillos de cada día, encontraremos la oportunidad de vivir este amor: practicando la paciencia, la misericordia, la generosidad sin cálculos…


Señor Jesús,

enséñanos a amar como Tú amas,

a tratar a los demás con la bondad que quisiéramos recibir.

Danos un corazón generoso, capaz de hacer el bien sin esperar nada a cambio.

Que tu amor en nosotros sea la luz que ilumine a todos los hombres. Amén. 




sábado, 22 de febrero de 2025

LA EXIGENTE MISERICORDIA

                        


Tu bondad y tu misericordia me acompañan  todos los días de mi vida,y habitaré en la casa del Señor por años sin término” (Sal. 23, 6) (salmo responsorial de la misa de hoy).


    Algunos cristianos, cuando oyen hablar de la misericordia de Dios, la imaginan como una benévola indulgencia, como una paciente tolerancia, pero en definitiva como una actitud pasiva que soporta nuestras debilidades sin pretender transformarnos realmente. 

    Sin embargo, la misericordia divina no es en absoluto condescendiente ni resignada, sino que es un amor activo, eficaz, que nos busca, nos encuentra, nos levanta y nos transforma. 

    Nuestro Padre Dios no es un juez estricto y distante, ni tampoco un padre que tolere nuestras miserias; es un Dios que se abaja hasta nosotros, que nos ama incondicionalmente y que nos invita a confiar plenamente en Él.

    Santa Teresa del Niño Jesús lo expresaba de una manera encantadora: “Dios se ha hecho tan pequeño que no puede ser más que Amor”.


    El mayor error sería pensar que Dios solo nos mira con compasión sin desear cambiarnos, o que simplemente aguanta pacientemente nuestra debilidad sin ofrecernos una salida. Su misericordia nunca será una excusa para quedarnos como estamos, sino una fuerza que nos impulse a vivir en su amor. No nos pide que acumulemos méritos, sino que nos abandonemos en Él con la confianza de un niño.

    Santa Teresita comprendió que lo único necesario era entregarnos a la misericordia de Dios con total confianza. Porque no somos amados por nuestros méritos, sino porque Dios es amor. Y en este amor encontramos nuestra paz y nuestra esperanza.


    Señor, me abandono en tus manos con plena confianza, sabiendo que tu misericordia es más grande que mis pecados y miserias. 

    Enséñame a descansar en tu amor, sin miedo ni reservas; a mirarme como Tú me miras y a caminar siempre en tu luz. 

    Dame un corazón humilde que se deje transformar por tu gracia, y la certeza de que, aunque sea pequeño e imperfecto, tu misericordia puede obrar maravillas en mí. Amén.




viernes, 21 de febrero de 2025

TOMAR LA CRUZ

                                

                                               

    “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?” (Mc. 8, 34-36).


    Jesús nos habla con gran claridad: quien quiera seguirlo, quien desee ser su discípulo, debe tomar su cruz. Y la cruz no es un símbolo romántico o de un ideal utópico. Es la dureza de la vida misma, con sus pruebas, sus contradicciones, su sufrimiento y su dolor.

    Así, por ejemplo, la cruz es la enfermedad que nos sobreviene sin avisar, la incomprensión de quienes nos rodean, la fatiga de los días difíciles e interminables, la angustia de los problemas que parecen no tener solución. Es también el peso de las injusticias, las heridas recibidas, la soledad que a veces nos envuelve.


    Jesús no quiere que huyamos asustados de la cruz ni que la  evitemos con estrategias humanas. Nos llama a abrazarla, a tomarla junto con Él y a seguirlo. No se trata de buscar el sufrimiento por sí mismo, sino de asumir con valentía la realidad de la vida y hacer de ella un camino hacia Dios.

    Por otra parte, perder la vida significa entregarla sin miedo, sin reservarnos nada. Es dejar de vivir solo para nuestro propio bienestar, nuestras seguridades o nuestros intereses. Es amar sin cálculos, servir sin esperar recompensas, darnos hasta el final sin temor.

    Aquel que vive aferrado a su vida, intentando salvarla con sus propias fuerzas, se perderá. Porque el verdadero sentido de nuestra existencia radica en darnos generosamente. Solo quien se da, quien se olvida de sí mismo, y vive para Dios y para los demás, encuentra la plenitud.


Señor Jesús, enséñame a tomar mi cruz sin miedo, 

a perder mi vida por amor a ti, 

y a no aferrarme a lo que pasa.

Que mi único deseo sea seguirte

y encontrar en ti la verdadera vida. Amén.




jueves, 20 de febrero de 2025

¡PONTE DETRÁS DE MÍ!

“Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro: ¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!” (Mc. 8, 32-33). 

    Pedro ha vivido un momento de gracia. Inspirado por el Padre, ha confesado con valentía: “Tú eres el Mesías”. Jesús lo ha elogiado, reconociendo que esa revelación no viene de la carne ni de la sangre, sino de Dios mismo. Pero inmediatamente después, algo cambia.

    Cuando Jesús empieza a hablar de su Pasión, del sufrimiento, del rechazo y de la cruz, Pedro se rebela. No está dispuesto a seguir a un Mesías sufriente. Se aparta del camino del discípulo para tratar de guiar a su Maestro. Y en ese momento, el Señor le hace ver su error: “¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!”.

    Pedro ha dado un paso adelante para corregir a Jesús, pero el Maestro lo devuelve a su sitio. El discípulo debe ir detrás del Maestro, no delante. Seguir a Jesús no es solo confesar su nombre, sino aceptar su camino, incluso cuando conduce a la cruz.

    La tentación de Pedro es también la nuestra. Queremos que Jesús nos siga a nosotros, que se adapte a nuestros planes, que nos libre del dolor, que haga que todo sea fácil. Nos cuesta aceptar que el amor verdadero se demuestra en la entrega, en la renuncia. Queremos un cristianismo sin sacrificio, sin exigencia, sin cruz.

    Pero Jesús nos llama a una conversión profunda: “Ponte detrás de mí”. Vuelve a tu lugar de discípulo. Confía. No intentes decirle a Dios cómo tiene que actuar, sino sigue el camino que Él ha trazado, aunque a veces parezca duro o incomprensible.

    Que esta palabra de Jesús resuene en nuestro corazón: “Ponte detrás de mí”. Volvamos a nuestro sitio, volvamos a seguirlo con humildad y confianza.


    Señor Jesús,  tantas veces quiero adelantarte, decirte cómo deben ser las cosas, evitarte la cruz y evitarla yo también.

    Hoy me invitas a volver a mi sitio, a seguirte con fe, a no querer que Tú me sigas, sino seguirte yo a ti. Enséñame a pensar como Dios y no como los hombres. Amén.



miércoles, 19 de febrero de 2025

EL VUELO DE LA PALOMA

     Pasados cuarenta días, Noé abrió la claraboya que había hecho en el arca y soltó el cuervo, que estuvo saliendo y retornando hasta que se secó el agua en la tierra. Después soltó la paloma, para ver si había menguado el agua sobre la superficie del suelo. Pero la paloma no encontró donde posarse y volvió al arca, porque todavía había agua sobre la superficie de toda la tierra. Él alargó su mano, la agarró y la metió consigo en el arca. Esperó otros siete días y de nuevo soltó la paloma desde el arca. Al atardecer, la paloma volvió con una hoja verde de olivo en el pico” (Gen. 8,6-13. 20-22).


    Si os fijáis, la lectura de la misa de hoy esconde un misterio profundo: el del alma en busca de la fuente de la vida, que es Dios.

    Después del diluvio, Noé abre la claraboya y suelta primero un cuervo. El cuervo va y viene, pero no trae respuesta. Es la imagen de la búsqueda humana cuando se apoya solo en sus fuerzas, cuando trata de encontrar la verdad sin ayuda de una guía segura. El cuervo simboliza la inquietud y oscuridad de quien no sabe descansar en Dios, de quien vagabundea sin hallar una morada estable.


    Luego, Noé envía una paloma, y esta no se queda yendo y viniendo, sino que regresa inmediatamente al arca cuando no encuentra tierra firme. Es la imagen de quien busca a Dios con sinceridad, pero no encuentra lo que quiere, y vuelve siempre a sí mismo en busca de refugio y descanso. Cuando la tierra está aún sumergida en pecado, cuando las aguas del mal no han menguado del todo, el alma no puede posarse en nada de este mundo. Es la experiencia de quien, en la oración, busca el recogimiento porque descubre que nada le sacia fuera de Dios.


    Pero llega un día en que la paloma regresa con una hoja de olivo en el pico. Es el signo de que la tierra ha sido purificada y la paz de Dios comienza a brillar. Es la señal de que Dios nos ha abierto un camino, de que nos espera más allá de las aguas de la prueba. Es el momento de la contemplación, en que el alma percibe que Dios ha hablado, que la tormenta y la oscuridad pasaron; el momento de la fe, de la esperanza y del amor, que le permiten vivir bajo un cielo nuevo y en una tierra nueva.

    Al final del pasaje, Noé levanta un altar y ofrece un sacrificio. La ofrenda es la respuesta del alma que, después de haber saboreado el conocimiento de Dios, le entrega todo. Y Dios, al recibir esta entrega, sella su alianza y le promete que no volverá a destruir la tierra, que nunca la abandonará.


    Señor, Tú eres mi refugio en la tormenta y mi descanso cuando las aguas se retiran. Enséñame a buscarte con la perseverancia de la paloma, a volver siempre a ti cuando todo parece incierto, a reconocer en los pequeños signos de la vida la confirmación de tu presencia. Que mi corazón, como el altar de Noé, sea un lugar donde siempre ofrezca mi vida con gratitud, y reciba tu amor y tu paz. Amén.



martes, 18 de febrero de 2025

ORA Y CONFÍA

    San Benito supuestamente decía: “Ora et labora”, pero Santa Teresita nos enseña algo aún más audaz: ora y confía. La confianza es la esencia del abandono en Dios, esa entrega total que no se apoya en nuestras fuerzas sino en la certeza de que es Él quien nos lleva.

    A veces miramos la santidad como una cima casi inalcanzable. Nos sentimos pequeños, débiles, incapaces de alcanzar las alturas espirituales de los grandes santos. Y es verdad. Por nuestras solas fuerzas, nunca llegaríamos. Pero aquí está la clave: no es nuestra fuerza la que nos eleva, sino “los brazos de Jesús”.

    Cuando Teresita habla del ascensor divino, nos está diciendo que el camino a la santidad no es una escalada difícil, sino un abandono confiado. No es el esfuerzo del niño lo que lo hace subir en brazos de su padre, sino la ternura y el amor del padre que lo levanta. Lo único que se nos pide es querer y confiar, como un niño que se deja tomar en brazos sin miedo.


    Sin embargo, hay condiciones. Para subir en este ascensor, debemos reconocer nuestra impotencia, abandonar nuestras seguridades, hacernos pequeños, vaciarnos de todo lo que pesa y nos ata. Cuanto más ligero el corazón, más fácil será ser elevado. Y sobre todo, debemos tener una confianza total: “los ojos fijos en Jesús” (Heb. 12, 2), sin mirar abajo, sin dejarnos paralizar por el vértigo de nuestras fragilidades.

    Abandonarse en Dios no significa no hacer nada, sino hacer lo único necesario: vivir en el deseo de Él y en la confianza en su amor. No se trata de que seamos fuertes, sino de que reconozcamos que Dios lo es por nosotros.


Jesús, Tú sabes lo pequeño que soy,

cuántas veces he intentado subir solo

y he caído bajo el peso de mis propias fuerzas.

Hoy quiero dejarme llevar por ti.

Enséñame el abandono de los santos,

la confianza de los niños,

la seguridad de que en tus brazos

siempre estoy a salvo.

Hazme comprender que no se trata

de cuán fuerte soy yo,

sino de cuán grande es tu amor.

Y en ese amor, quiero vivir y descansar. Amén.



domingo, 16 de febrero de 2025

¿PEDIMOS SIGNOS?

    “Se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo. Jesús dio un profundo suspiro y dijo: ¿Por qué esta generación reclama un signo?” (Mc. 8, 11-12).


    Jesús ya había realizado muchos signos, pero no en el cielo, sino en la tierra, donde eran más necesarios. Había sanado a los enfermos, liberado a los oprimidos, alimentado a los hambrientos y llevado consuelo a los corazones heridos. Eran signos llenos de misericordia, que los hombres podían comprender porque hablaban de sus necesidades más profundas. Pero los fariseos, cegados por su incredulidad, exigían un signo espectacular, no buscando alimentar su fe, sino satisfacer su orgullo o su escepticismo.


    Jesús, consciente de esa dureza de corazón, suspira profundamente. Ese suspiro expresa no solo cansancio, sino también dolor. Su corazón misericordioso sufre al ver que el amor de Dios no es recibido, que los signos más hermosos, realizados en la cercanía y la compasión, no son valorados. Ellos buscaban lo extraordinario, cuando el verdadero signo ya estaba allí: la presencia misma del Hijo de Dios.


    Esta escena nos interpela: ¿cuántas veces buscamos nosotros pruebas de que Dios está con nosotros, como si nuestra fe dependiera de algo extraordinario? Sin embargo, Dios se manifiesta de manera sencilla: en su Palabra, en la Eucaristía, en el amor de los demás, en los pequeños detalles de cada día… 

    Quizás el verdadero reto no sea que Dios nos dé señales, sino que nosotros aprendamos a reconocerlas con un corazón abierto y agradecido.


    Señor, enséñame a no buscarte en lo espectacular, sino a encontrarte en lo cotidiano. Que mi corazón esté siempre abierto para reconocer Tus signos y confiar en Tu amor, que nunca deja de acompañarme. Amén.



POBRES DE CORAZÓN

    Jesús bajó del monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo (...) Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía: Bien­aventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis” (Lc. 6, 17. 20-21).


    En el evangelio de san Lucas Jesús no sube a un monte, sino que baja a la llanura para proclamar su mensaje. Muestra así que no está lejos, distante o inaccesible, sino cercano. Se pone al nivel de quienes lo escuchan, compartiendo su misma tierra, su misma humanidad. Y antes de hablar, fija su mirada en los discípulos, como para subrayar que no se trata de una enseñanza genérica, sino de una palabra personal que interpela directamente.


    Las bienaventuranzas que Jesús proclama son muy desconcertantes. Los pobres son declarados bienaventurados, pero no porque la pobreza en sí sea un ideal, ni porque el sufrimiento sea bueno. Jesús no exalta las carencias, pero sabe que los pobres no pueden apoyarse en las riquezas porque simplemente no las tienen. Esa falta les abre el corazón para depender de Dios, quien es el único que puede darles una verdadera riqueza.


    Lo mismo sucede con los que lloran. No encuentran consuelo en las palabras vacías de los demás ni en gestos superficiales como una palmadita en la espalda. Su dolor les impulsa a buscar algo más profundo, un consuelo que solo el Señor puede darles. Los que tienen hambre no pueden conformarse con promesas vacías o con aquello que no satisface de verdad. En su necesidad, se abren a esperar y recibir el alimento de Dios. Así también, los perseguidos no pueden refugiarse en la aprobación del mundo, porque esa aprobación les ha sido negada. Solo en Dios encuentran fuerza, valor y sentido para seguir adelante.


    Por otro lado, Jesús advierte seriamente a los ricos, a los saciados, a los que ríen y a los que son alabados por todos. No los condena por tener, sino por la tentación que esas posesiones traen consigo: la falsa seguridad que engendran. Cuando uno confía en sus bienes, en su comodidad o en las palabras de reconocimiento de los demás, corre el riesgo de cerrarse a Dios. Los que “lo tienen todo” parecen no necesitar al Señor y, por eso, su felicidad es superficial, frágil y pasajera.


    El mensaje de Jesús invita a una profunda conversión. Nos llama a desprendernos de aquello que no nos puede salvar, a confiar más en Dios que en nuestras seguridades humanas, y a vivir con el corazón puesto en el Reino. Las bienaventuranzas no prometen una felicidad fácil, pero sí una alegría profunda y duradera.


    Señor Jesús, que con tu mirada nos llamas a confiar solo en ti, enséñanos a desprendernos de las falsas seguridades que nos distraen de tu amor. Ayúdanos a ser pobres de corazón, hambrientos de tu Palabra, y capaces de buscar en ti el consuelo que el mundo no puede dar. Haznos vivir las bienaventuranzas con fe y alegría, sabiendo que solo Tú eres nuestra verdadera esperanza. Amén.



sábado, 15 de febrero de 2025

¿UNA MALDICIÓN BÍBLICA?

    Comerás el pan con sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste sacado; pues eres polvo y al polvo volverás” (Gen. 3,19). Y: 

    Mandó que la gente se sentara en el suelo y tomando los siete panes, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran (... )La gente comió hasta quedar saciada” (Mc. 8,6-8). 

De la 1ª lectura y del evangelio de la misa de hoy. 


    En el Génesis, el hombre, tras el pecado, comienza a vivir de un modo distinto al que Dios había soñado para él. “Comerás el pan con el sudor de tu frente” (Gn. 3,19) no es tanto un castigo, cuanto la consecuencia de querer depender únicamente de sí mismo, cerrándose al don de Dios. El pecado introduce en el corazón humano un orgullo que rechaza recibir las cosas como un regalo. El hombre quiere ganarse todo, imaginar que no le debe nada a nadie, ni siquiera a Dios. Pero este no es el plan del Padre.


    Cuando Jesús multiplica los panes en el desierto (Mc. 8,6-8), revela algo completamente distinto: el amor gratuito de Dios. La multitud, que no ha trabajado ni sudado por ese pan, lo recibe en abundancia, hasta saciarse. Este gesto de Jesús es una señal del verdadero deseo de Dios: que vivamos como hijos, confiando plenamente en Él, recibiendo todo como un don. Porque todo es gracia, desde el pan en nuestra mesa hasta el aliento de nuestra vida.


    El Señor nos invita a dejar el orgullo de querer “ganarnos” todo, incluso nuestra salvación, y a abrirnos con gratitud a su amor gratuito. Aprender a recibir con humildad es reconocer a Dios como Padre y a nosotros mismos como hijos amados.


        Señor, Tú eres el dador de todo bien. Enséñame a confiar en ti, a recibir con humildad tus dones y a vivir con espíritu filial, agradeciendo que todo es gracia, todo es regalo. Amén.