“Aquel día, se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén; todos, menos los apóstoles, se dispersaron por Judea y Samaría” (Hch. 8,1).
La historia de la Iglesia comenzó entre persecuciones. No fue recibida con aplausos ni con reconocimientos. Nació en el rechazo, creció en la contradicción, se extendió en medio de conflictos. Y, sin embargo, aquellos primeros discípulos no se callaron. Fueron valientes. La Palabra de Dios crecía porque quienes la llevaban estaban dispuestos a perderlo todo por Cristo.
Hoy comienza el cónclave. Y, una vez más, la Iglesia necesita valentía. No solo la de sus fieles, sino, de forma especial, la de sus pastores. El mundo actual no persigue con espadas, pero sí con desprecios, burlas, mentiras, censuras, ideologías que buscan destruir desde dentro la verdad del Evangelio. Frente al aborto, la eutanasia, la ideología de género, la cultura del descarte, el debilitamiento del matrimonio, la idolatría del poder y del dinero, no basta un liderazgo diplomático: hace falta un testigo valiente.
El sucesor de Pedro no es elegido para agradar al mundo, sino para confirmar en la fe a los hermanos. No para adaptar la fe al gusto del momento, sino para custodiarla y transmitirla con fidelidad. El próximo Papa necesitará valor y fortaleza, porque sobre él descargarán presiones enormes. Pero también contará con la gracia de Dios, como la tuvo Pedro cuando se puso en pie en medio del Sanedrín.
Este tiempo es una batalla espiritual. No contra personas, sino contra todo lo que desfigura el rostro de Cristo en el mundo. Por eso rezamos por los cardenales que se encierran hoy en cónclave: que escuchen al Espíritu Santo, que no teman al mundo, que busquen la gloria de Dios, no la del momento. Y que el elegido, como Pedro, sepa amar más que los demás y dar la vida por las ovejas.
Señor Jesús, buen Pastor,
Tú que diste la vida por tu Iglesia, mira con amor a los pastores que hoy se reúnen en tu nombre. Dales luz para discernir, coraje para elegir con libertad y fe para confiar en que Tú no abandonas a tu rebaño.
Prepara el corazón de aquel a quien vas a llamar para ser el nuevo Pedro entre nosotros: hazlo fuerte en la verdad, manso en el trato, firme frente al error y generoso en el amor.
En medio de tantas amenazas contra la vida, la fe y la verdad, danos un Papa valiente y santo, que no se avergüence del Evangelio y que no tema a los poderosos del mundo.
Te lo pedimos, Señor, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.