Señor Dios, Padre de las misericordias, en tu inefable providencia escogiste a José, el justo, para ser esposo de María y custodio de tu Hijo en la tierra. En él encontraste un corazón fiel, un alma pura y un hombre lleno de fortaleza y sabiduría. Le confiaste los tesoros más grandes: a Jesús y a su Santísima Madre, la Virgen. En el hogar de Nazaret, él veló por ellos, trabajó con sus manos, educó con su ejemplo y amó con un amor silencioso pero ardiente.
Jesús, en tu infancia y juventud, hallaste en San José el rostro humano de la paternidad divina. Te enseñó a trabajar, a rezar, a vivir según la ley del Padre. Fue tu salvador en la persecución, tu sombra protectora en el exilio, tu constante apoyo en los días de pobreza, trabajo y fatiga. Con cuánto respeto le obedeciste, con qué ternura lo honraste como a padre. Y en su última hora, susurraste a su oído palabras de eternidad, palabras que él anhelaba escuchar desde siempre.
Glorioso San José, amigo fiel, maestro de vida interior, protector de los que a ti se acogen, enséñanos a orar como enseñaste a Jesús. Condúcenos por los caminos rectos, como guiaste sus primeros pasos. Haznos partícipes del misterio de Nazaret, para que de ti aprendamos el silencio que escucha, la obediencia que ama, la fidelidad que confía. Queremos encomendarte nuestras necesidades, grandes y pequeñas, como lo hizo Santa Teresa, quien vio en ti un poderoso intercesor. Sabemos que, si acudimos a ti con confianza, nunca nos dejarás sin respuesta.
Sé protector de los hogares cristianos, luz de los que disciernen su vocación, fortaleza de los que trabajan para ganarse el pan. Ayúdanos a vivir y a morir como tú, en la paz de Dios, con Jesús y María a nuestro lado. Amén.