“Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer” (Mt. 1,24).
José no pronuncia palabra alguna en el Evangelio de hoy, pero actúa. Al despertarse, hace lo que el ángel le ha mandado. Hay en ese gesto silencioso algo muy concreto y muy real: José se pone a preparar. Prepara su vida, su casa, su futuro inmediato. Y, al mismo tiempo, acoge. No son dos movimientos distintos: preparar y acoger forman un solo acto de obediencia confiada. José dispone lo necesario para que el don de Dios encuentre un lugar donde habitar.
Ayer estuve muy ocupado con los preparativos de un doble equipaje: el que me llevaré a partir del día 26 a Tierra Santa y el que debo llevar mañana, por la tarde después de celebrar Misa, al campo para pasar cuatro días con mi familia. Hay que hacer listas de cosas para no olvidar nada. Verdaderamente, dedicamos mucho tiempo y atención a realizar esta tarea, sabiendo que si luego se nos olvida algo, el viaje puede resultar muy incómodo. Mientras así hacía o rehacía estas listas, pensaba que Adviento es también tiempo de preparación, y me preguntaba si, cuando ya han pasado tres semanas y estamos comenzando la cuarta, he sabido aprovechar el tiempo para disponerme bien a un viaje que es totalmente interior.
Quizás para ese viaje más importante no he preparado listas de equipaje y habrían sido necesarias. Nos pasa a veces que nos obsesionamos con las cosas más ordinarias e innecesarias y descuidamos las principales. Sin embargo, tengo una esperanza. Todavía quedan cuatro días para Navidad y cada día puedo vivirlo como una semana entera de Adviento. El Señor puede darme la gracia de toda una semana, o de todo un Adviento, en muy poco tiempo. Basta con que yo lo desee, basta con que crea firmemente que Él puede regalármelo: como don, como gracia, sin mérito alguno, de mi parte.
El viaje no termina el día de Navidad. En cierto sentido comienza ese día. Seguirá inmediatamente otro viaje, para descubrir a Jesús en los lugares donde transcurrió su vida. Y, si Dios quiere, más tarde continuará el verdadero viaje, que me llevará a buscarlo en mi vida cotidiana, en la cual veré cómo se refleja su vida oculta, su predicación, su pasión, y también su muerte y resurrección.
Señor Jesús, danos un corazón despierto y disponible; enséñanos a preparar lo esencial y a acoger tu venida como gracia, hoy y cada día. Amén.