El mes de junio es el mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, cuya solemnidad celebraremos el próximo día 24. Y casi todos mis lectores habrán aprendido desde pequeños esta milagrosa jaculatoria: “Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío”.
Han pasado los años y conviene ahora que reflexionemos acerca de la verdad de lo que decimos en la oración.
Conozco el caso verídico de un niño pequeño, de unos tres o cuatro años, a quien su madre cada día desnudaba y ponía el pijama antes de acostarlo. En invierno lo hacía junto a la chimenea encendida, para que no pasara frío. Durante algún tiempo observó con extrañeza cómo su hijo, durante esta operación diaria, se agarraba con una manita al brazo de la mecedora en que estaban sentados. Cuando ella intentaba sacarle el brazo de la manga del jersey o de la camisa, no lo conseguía mientras el niño no lograba asirse bien con la otra mano que tenía libre. Y así sucesivamente, de forma que la operación se realizaba con mucho trabajo porque él no consentía en quedarse nunca suelto de manos.
Al cabo de mucho tiempo logró de su hijo una explicación a tan sorprendente conducta. Se trataba de que el niño abrigaba una terrible fantasía: la de que, tal vez, su madre podría arrojarlo en un momento de locura a las llamas. Por miedo a que lo hiciera no se arriesgaba a quedar suelto, a merced de los "impulsos criminales" de su madre; en el asiento tenía su seguridad, más que en los brazos de quien lo había dado a luz y lo cuidaba.
Por supuesto que aquel niño quería a su madre y se sentía querido por ella. Igualmente se fiaba de ella y, como todos los de su edad, acudía a su madre en sus necesidades. Pero, ¿qué pasaría si...?
Ni que decir tiene que a su madre no le gustó nada tan disparatada imaginación.
Pero pasemos de lo excepcional, de lo anecdótico aunque sea real, a lo más ordinario y usual. Porque todos nosotros, antes o después, actuamos como ese niño en nuestra relación con Dios.
Amamos a nuestro Padre Dios, y nos sentimos amados por Él. Igualmente repetimos con frecuencia nuestra jaculatoria: "Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío". Pero al final terminamos fiándonos más de la "mecedora" y de nuestro esfuerzo, que de sus brazos llenos de ternura.
Porque fiarnos plena, completa y perfectamente de Dios nos resulta muy difícil. Ciertamente creemos que Dios es quien vela providencialmente por nosotros, y tiene contados hasta los cabellos de nuestra cabeza; quien nos dice que, aunque las madres llegaran a olvidarse de sus niños de pecho, Él jamás nos olvidaría. Y también creemos que Jesucristo es quien se presentó como médico de nuestras miserias, afirmando de sí mismo que no había venido a juzgar ni a condenar, sino a salvar; quien nos invitó a acudir a Él, a los que estábamos cansados y agobiados, para encontrar descanso; quien terminó revelándonos el fundamento de nuestra esperanza: "No temas, rebañito pequeño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros el Reino" (Lc.12,32).
Todo eso está MUY BIEN, dicen muchos, pero, ¿Y SI...?
Como tratamos de hacernos un Dios a nuestra medida, y somos bastante mezquinos, al igual que el niño de nuestra historia, en nuestra relación con Dios no nos atrevemos a soltarnos de ambas manos. Dios es un Padre bueno, y Jesús un "amigo que nunca falla"... pero nos gusta permanecer agarrados a algo.
¿Cuál es esa "mecedora" que no nos gusta soltar, por si acaso?
-algunos ponen la seguridad en las cosas materiales, en el tener: tener dinero ahorrado para los imprevistos ("no os preocupéis del mañana..."); tener buena cobertura médica para cuidarse ("mirad las aves del cielo..."); tener unos estudios ("te doy gracias Padre porque estas cosas las has ocultado a los sabios y entendidos..."); tener amistades influyentes ("todos os odiarán por mi causa..."). Y lo que son medios se convierten en fines en sí mismos, en metas de la vida que, de tal manera centran la atención, que hacen a algunos olvidarse del Único necesario.
-otros ponen la seguridad en su propia "santidad": una santidad alcanzada al buen precio de una vida moral intachable o, a veces, de devociones, ritos y cumplimientos muy exactos ("te doy gracias porque no soy como los demás... ayuno dos veces por semana, pago el diezmo...").
Etc, etc.
Terminemos preguntándonos: el mejor homenaje que este mes de Junio podríamos tributar al Corazón de Jesús, ¿no será acaso el de "soltarnos de ambas manos" con Él? Al lector inteligente corresponde el determinar cómo podría hacerlo.