¡Cuántos problemas de conciencia se suscitan entonces! ¿Cómo descubrir ese amoroso designio en forma de respuesta a problemas complicadísimos? ¿Cómo, sin ser un experimentado moralista, acertar con lo más justo en situaciones faltas de transparencia, donde diferentes intereses y valores están en juego?
Además, las sociedades civiles y sus autoridades prescinden con frecuencia, en su actuación y ejercicio, del Creador y Fuente de toda autoridad, aun cuando estarían también obligadas a seguir y a perseguir con sus leyes esa justicia, que es conformidad con la ley divina. De modo que tampoco estas autoridades pueden ayudarnos como en otros tiempos, cuando unas leyes inspiradas en la ley de Cristo encauzaban nuestro actuar en una dirección correcta.
La dulce invocación de "Auxilio de los cristianos" fue añadida a las letanías lauretanas por el Papa san Pío V para agradecer a la Virgen -a la que se había acudido con confianza rezando el santo Rosario- su ayuda en una situación angustiosa en que toda la cristiandad se encontraba amenazada por el poder otomano.
Sin embargo nuestro mundo carece de la sencillez necesaria para creer que María puede hacer algo en nuestro favor, en temas tan dolorosos como el de la pandemia que ha dejado ya un millón de muertos, el de las fratricidas guerras civiles y étnicas; el hambre endémica en el Tercer Mundo; las convulsiones de la economía mundial, que entrañan, en especial para los más débiles, terribles consecuencias; las crisis laborales; los desastres ecológicos…
Políticos, científicos, "organizaciones no gubernamentales" de multitud de países, ya se afanan por encontrar respuestas y soluciones a tanto sufrimiento y a tantos interrogantes. ¿Para qué mezclar entonces a Dios y a la Virgen con todo? Se preguntan algunos.
Leemos en la Biblia que, cuando el profeta Eliseo le prescribió al general sirio Naamán bañarse siete veces en las aguas del Jordán para ser curado de la lepra (2 Re. 5,1-19), este marchó irritado y decepcionado pensando que en su país había ríos tan buenos como el Jordán, aunque igualmente inútiles para limpiarlo de su enfermedad.
¿Será nuestra generación como el incrédulo Naamán? ¿Acaso no nos irritan las soluciones simples porque somos muy complicados?
Quizás confiamos exageradamente en los buenos oficios de políticos y diplomáticos, en los avances de la medicina y en la sofisticación de la técnica, y hemos olvidado algo tan sencillo, tan falto de carácter científico, tan al alcance de cualquiera que se reconozca pobre e ignorante, como el Rosario, la oración de los simples.
Quizás nuestros abuelos tenían razón cuando centraban en él su vida espiritual, abandonando toda complicación y toda inquietud en las manos amorosas de la Virgen
Quizás los sacerdotes y religiosos "de antes" no estaban tan equivocados cuando dedicaban, con fidelidad ejemplar, más tiempo a rezar los quince misterios del Rosario, que a informarse de la última novedad a través de los medios de comunicación social.
Quizás, si nuestra Madre del cielo nos concede esa gracia, también un día cada uno de nosotros descubra por propia experiencia qué significa vivir seguros y confiados bajo el manto de la Virgen, y cuántos son los tesoros encerrados en esta devoción que ella misma nos ha pedido.