HA LLEGADO EL ADVIENTO
Ha llegado el Adviento, y la decisión de "despertar" me ha llevado a actualizar el Blog después de las numerosas interrupciones tenidas desde que, en 2021, el Covid estuvo a punto de enviarme a descansar en Dios para siempre.
Muchos saben que mi tiempo litúrgico favorito es la Navidad, y que fue durante el Adviento de un lejano 1986 cuando me ordené sacerdote. Por eso el comienzo del Adviento me hace abrir los ojos a la maravillosa realidad que vivo cada día: el privilegio de ser sacerdote de Jesucristo, consagrado sucesivamente con los sacramentos del bautismo, la confirmación y el orden sacerdotal. Y querría contagiar a mis lectores con el entusiasmo del converso.
No, no ha habido algún acontecimiento singular que haya marcado recientemente mi vida. O quizá muchos: ejercicios espirituales que voy impartiendo, retiros, encuentros, peregrinaciones donde se derrama mucha gracia... Pero, no es bueno acostumbrase de tal manera a lo extraordinario, que lo necesitemos para vivir la normalidad de la vida ordinaria. Si no, terminaremos exigiendo con impaciencia nuestro biberón de cada día; o debiendo repostar continuamente gasolina en nuestro motor espiritual.
Me encanta el Adviento porque me parece que potencia el valor infinito de lo cotidiano. Porque enciende nuestro amor y fe, haciéndonos vivir de esperanza. Una esperanza cuyo término conocemos, pero cuyas implicaciones estamos lejos de asimilar.
Escuchamos o leemos diariamente el Evangelio, pero ¿lo hacemos de corazón? Lo meditamos, ¿pero tratamos de vivirlo de una forma sencilla y real? Con mucha frecuencia estamos tan embebidos en lo nuestro, en nuestros problemas o ambiciones, en nuestros temores o sufrimientos, que el Evangelio termina siendo la hermosa utopía que se considera en la meditación, pero no la fuente de agua viva, clara como la luz, que nos permite avanzar por el desierto de esta vida sin perecer de sed; y avanzar en la dirección correcta, sin llorar porque nos parece haber perdido la brújula y nos sentimos desgraciados.
Todo es gracia, pero la gracia hay que acogerla. El sol saldrá cada mañana, aunque yo no mueva un sólo dedo para conseguirlo; y tampoco saldrá antes por mucho que llore. Eso es cierto, pero también es cierto que si no me levanto de la cama y abro las ventanas, brillará en el exterior de mi casa, pero no me iluminará y calentará.
Acogemos esa invitación de san Pablo en su carta a los Efesios (5,14): "Despiértate, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo”. El apóstol cita seguramente un antiguo himno cristiano que no conocemos y que se utilizaría en la liturgia, y de cualquier forma su invitación hace eco a la que realiza Isaías, al que con razón llamamos el profeta del Adviento: "¡Levántate, resplandece, que llega tu luz, y la gloria de Yahveh sobre ti amanece!" (60,1).
La luz de Dios se hace intensa como la aurora en este tiempo litúrgico, y es el momento de restregar nuestros ojos soñolientos, sacudir la pereza con que nos lastran nuestros pecados, y prepararnos para recibir al sol radiante que la solemnidad de Navidad nos traerá.
Hagamos algunos buenos propósitos, vivamos como niños ilusionados un "calendario de Adviento", y preparemos el corazón para acoger la paradójica grandeza de la pequeñez de nuestro Dios.
Late con más fuerza, corazón mío...
Feliz y santo Adviento.