domingo, 9 de marzo de 2025

TRES TENTACIONES


    “Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo” (Lc. 4,1-2).


    En la primera tentación el demonio intenta sembrar la duda sobre la filiación divina de Jesús, sugiriendo que, si realmente es el Hijo de Dios, debe demostrarlo. Pero Jesús no entra en ese juego. Su identidad no necesita ser probada ni justificada. No cede a la tentación de usar su poder para resolver sus necesidades inmediatas, porque “No sólo de pan vive el hombre” (Dt. 8,3). Nosotros también somos tentados a buscar primero lo material, a vivir solo de lo visible, olvidando que la verdadera vida depende de la comunión con Dios.


    La segunda tentación busca seducir con el poder y la gloria de este mundo. El demonio ofrece lo que no le pertenece realmente, con una condición: postrarse y adorarlo. Es la tentación de dejarse llevar por la ambición, de poner el éxito, el prestigio o el dominio sobre los demás en el centro de la vida. Jesús responde con la Escritura: “Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo darás culto” (Dt. 6,13). Solo Dios es digno de adoración, y fuera de Él, todo poder es ilusión. ¿Cuántas veces el mundo nos ofrece caminos más fáciles a cambio de una mínima infidelidad? Jesús nos enseña que el único camino seguro es el de la fidelidad absoluta al Padre.


    La tercera tentación es la más sutil, porque el demonio usa la misma Escritura, pero de forma distorsionada: “A sus ángeles te encomendará para que te guarden” (Sal. 90,11). Quiere inducir a Jesús a la presunción, a forzar la voluntad de Dios en lugar de abandonarse a ella con confianza. Pero Jesús responde con firmeza: “No tentarás al Señor tu Dios” (Dt. 6,16). No podemos exigir signos ni pruebas para creer, ni condicionar nuestra fe a que Dios actúe como nosotros queremos. La verdadera confianza no es obligar a Dios a intervenir, sino entregarse a Él en plena obediencia.


    Jesús nos enseña el camino de la victoria espiritual: no se vence al demonio con la propia fuerza, sino con la fidelidad a la palabra de Dios. No se lucha discutiendo con la tentación, sino sosteniéndose en la verdad revelada. La Escritura no es un simple texto, sino una espada afilada contra el enemigo (Ef. 6,17), una luz que disipa la oscuridad del engaño.


    Señor Jesús, Tú nos has mostrado que la verdadera fuerza está en la obediencia a la palabra del Padre. Danos un corazón arraigado en la Escritura, para que, en la hora de la prueba, sepamos responder con fe y confianza en Ti. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario