sábado, 30 de noviembre de 2024

HA LLEGADO EL ADVIENTO

    Ha llegado el Adviento, y la decisión de "despertar" me ha llevado a actualizar el Blog después de las numerosas interrupciones tenidas desde que, en 2021, el Covid estuvo a punto de enviarme a descansar en Dios para siempre.

    Muchos saben que mi tiempo litúrgico favorito es la Navidad, y que fue durante el Adviento de un lejano 1986 cuando me ordené sacerdote. Por eso el comienzo del Adviento me hace abrir los ojos a la maravillosa realidad que vivo cada día: el privilegio de ser sacerdote de Jesucristo, consagrado sucesivamente con los sacramentos del bautismo, la confirmación y el orden sacerdotal. Y querría contagiar a mis lectores con el entusiasmo del converso. 
    No, no ha habido algún acontecimiento singular que haya marcado recientemente mi vida. O quizá muchos: ejercicios espirituales que voy impartiendo, retiros, encuentros, peregrinaciones donde se derrama mucha gracia... Pero, no es bueno acostumbrase de tal manera a lo extraordinario, que lo necesitemos para vivir la normalidad de la vida ordinaria. Si no, terminaremos exigiendo con impaciencia nuestro biberón de cada día; o debiendo repostar continuamente gasolina en nuestro motor espiritual.
    Me encanta el Adviento porque me parece que potencia el valor infinito de lo cotidiano. Porque enciende nuestro amor y fe, haciéndonos vivir de esperanza. Una esperanza cuyo término conocemos, pero cuyas implicaciones estamos lejos de asimilar.
    Escuchamos o leemos diariamente el Evangelio, pero ¿lo hacemos de corazón? Lo meditamos, ¿pero tratamos de vivirlo de una forma sencilla y real? Con mucha frecuencia estamos tan embebidos en lo nuestro, en nuestros problemas o ambiciones, en nuestros temores o sufrimientos, que el Evangelio termina siendo la hermosa utopía que se considera en la meditación, pero no la fuente de agua viva, clara como la luz,  que nos permite avanzar por el desierto de esta vida sin perecer de sed; y avanzar en la dirección correcta, sin llorar porque nos parece haber perdido la brújula y nos sentimos desgraciados.
    Todo es gracia, pero la gracia hay que acogerla. El sol saldrá cada mañana, aunque yo no mueva un sólo dedo para conseguirlo; y tampoco saldrá antes por mucho que llore. Eso es cierto, pero también es cierto que si no me levanto de la cama y abro las ventanas, brillará en el exterior de mi casa, pero no me iluminará y calentará. 
    Acogemos esa invitación de san Pablo en su carta a los Efesios (5,14): "Despiértate, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo”. El apóstol cita seguramente un antiguo himno cristiano que no conocemos y que se utilizaría en la liturgia, y de cualquier forma su invitación hace eco a la que realiza Isaías, al que con razón llamamos el profeta del Adviento: "¡Levántate, resplandece, que llega tu luz, y la gloria de Yahveh sobre ti amanece!" (60,1).
    La luz de Dios se hace intensa como la aurora en este tiempo litúrgico, y es el momento de restregar nuestros ojos soñolientos, sacudir la pereza con que nos lastran nuestros pecados, y prepararnos para recibir al sol radiante que la solemnidad de Navidad nos traerá.
   Hagamos algunos buenos propósitos, vivamos como niños ilusionados un "calendario de Adviento", y preparemos el corazón para acoger la paradójica grandeza de la pequeñez de nuestro Dios.
    Late con más fuerza, corazón mío...
Feliz y santo Adviento.
    


domingo, 25 de febrero de 2024

 

LA IMPRESCINDIBLE COLABORACIÓN

    "Si hay tan pocas conversiones entre los cristianos es porque hay pocas personas que oren, aunque haya muchas que predican". La frase es de san Claudio la Colombière (1641-1682), y cobra en nuestros días una actualidad insospechada, quizás mayor que en la época en que se escribió.

Muchos tenemos que poner la mano sobre el pecho y reconocernos cazados en esa sutil trampa de falta de confianza en Dios, en que consiste la "herejía de la acción", como fue bautizada hace ya un siglo. Y es que el problema se centra en encontrar el equilibrio adecuado entre la gratuidad de la acción de Dios, por una parte, y la imprescindible colaboración humana, por otra; y en determinar en qué consiste ésta última.

 

En el relato evangélico de la resurrección de la hija de Jairo (Mc.5,21-43), parece que Jesús sólo le exige una cosa al consternado padre: "No temas; basta que tengas fe".

Él no exige para actuar en nuestras vidas otra condición. Hay quienes colocan en el vértice de las cualidades cristianas, imprescindible para la perseverancia, la fuerza de voluntad. Y a su falta se achaca la tibieza en la vida espiritual.

Sin embargo, es suficiente con que Jairo esté abierto a la posibilidad de que Cristo pueda hacer algo por Él, con que le abra de par en par las puertas de su casa, para que el milagro se produzca.

La confianza traza los límites de la posibilidad de actuación del Señor. Cuando no existe, ocurre lo que le sucedió en su pueblo de Nazaret: que "no pudo hacer allí ningún milagro" por su falta de fe (Mc.6,5-6). No que los nazarenos fueran castigados por su incredulidad, sino que Jesús -literalmente- no pudo hacer nada por ellos.

 

Esta fe es la primera colaboración del hombre con la acción de Dios. Pero existe otra muy importante, sin la cual la primera resulta insuficiente.

En el mismo relato que comentamos existe un detalle prosaico, que contrasta con la grandiosidad del momento en que una muerta se levanta y echa a andar. Y es éste: que Jesús les mandó que dieran de comer a la niña.

Aquellos padres han posibilitado la recuperación de la vida de su hija con su confianza y con la acogida de Jesús. Pero la vida, que se ha dado como regalo, necesita ser conservada, alimentada, para que no vuelva a perderse: hay que dar de comer. Y esa tarea les corresponde a ellos

La intervención de Dios tiene que ser completada con la acción del hombre: este es su plan desde la Creación, cuando puso todo en manos de su criatura para que dominara sobre todo lo creado (Gn.1,28). La unión con Dios que propone la mística, siendo obra de la gracia,  presupone normalmente el esfuerzo del camino ascético. El gozo de la Pascua se prepara con la austeridad y penitencia cuaresmales.

No es lícito adoptar una actitud pasiva, que rechaza el esfuerzo, en aras de una mayor confianza; hay que poner todos los medios a nuestro alcance para no frustrar, con nuestra pereza y dejadez, el don de Dios. Y esto es así porque la fe es exigencia que remite a las obras.

Ciertas dicotomías en la vida espiritual -acción y contemplación; gracia y esfuerzo- se revelan falsas a poco que se las examine a la luz del Evangelio. Por eso nuestra atenta mirada al Corazón del Señor, deberá ir siempre acompañada de una consideración amorosa de sus manos y pies crucificados: silenciosa llamada a ofrecer nuestras personas al trabajo.

 

viernes, 19 de enero de 2024

 

AQUÍ ESTAMOS DE NUEVO

Soy un privilegiado, un gran privilegiado; lo reconozco. Desde el patio de mi casa puedo repetir con toda verdad lo que decía el autor de la “Imitación de Cristo”: “¿Qué puedes ver en otro lugar que aquí no lo veas? Aquí ves el cielo, y la tierra, y los elementos, de los cuales fueron hechas todas las cosas” (lib.I, cap.XX).

Contemplo unos atardeceres bellísimos; veo brotar los tallos del limonero y madurar sus coloridos frutos; escucho el canto de los pájaros, las campanas de la parroquia del pueblo, el murmullo cantarino del agua que corre y el zumbido de los insectos. Aspiro el aroma de mi jardín, y el perfume de los jazmines y el azahar.

Y sin embargo, hace más de un año parece que la vida se detuvo. Las tinieblas más espesas aparecieron y la esperanza fue puesta a dura prueba. Los habituales seguidores de este modesto blog ya se dieron cuenta de que algo pasaba: ni siquiera en los meses dolorosos de 2021 en que padecí el covid había dejado de publicar aquí.

 Supliqué oraciones pero guarde silencio; continué lo mejor posible el desempeño de mis obligaciones pastorales y aguardé el momento de Dios. Un momento que nos hace anhelar su presencia y salvación con la mayor intensidad.

Desde hace algunos meses ya puedo rezar con el salmista: “Cuando te invoqué me escuchaste, acreciste el valor de mi alma” (Sal.137,3). Y continuando con el mismo salmo: “te doy gracias, Señor, de todo corazón”, “tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos”.

Y es la gran lección. En medio de la más terrible opresión y angustia me he dado cuenta de que basta con doblar las rodillas y cerrar los ojos para contemplar un horizonte tan vasto, sobrecogedor, y al mismo tiempo fascinante, como jamás pudiera haber imaginado que existiera.  Ahora cada día entraña una aventura nueva, aunque el paladar espiritual se queje, ávido de otros manjares más dulces y ligeros

Ya te has dado cuenta, querido lector, que el nombre de ese horizonte infinito y liberador es Dios, y que la aventura -quizá la única aventura real que nos sea dado vivir en el siglo XXI- se llama contemplación.

Nos puede consolar el tener por delante una eternidad para ir descubriéndolo, conociéndolo, amándolo.

 

Por eso retomo el blog con una finalidad bien sencilla. Con palabras de Ramón Llul (Lulio) en su “Libro de amigo y Amado”, y con su mismo objetivo: para “multiplicar el fervor y la devoción entre los ermitaños, a quienes quería enamorar de Dios.

Si leen sus anteriores entradas, y navegan por las distintas pestañas que tiene, verán que se trata de reflexiones que sólo encuentran su inspiración en la Palabra de Dios; una Palabra escuchada, meditada, rumiada o contemplada, ya en el silencio, ya en el vértigo de la vida, desde el séptimo cielo, o desde el más profundo abismo. Una Palabra que es la única guía segura con la que uno puede adentrarse en la aventura de la vida interior.

Ojalá nos ayuden a todos a “enamorarnos de Dios”.