“Un amigo fiel es un refugio seguro, y quien lo encuentra ha encontrado un tesoro. Un amigo fiel no tiene precio y su valor es incalculable. Un amigo fiel es medicina de vida, y los que temen al Señor lo encontrarán.” (Eclo. 6, 14-16).
La amistad es uno de los dones más valiosos que Dios nos ha dado y que todos deberían ser capaces de experimentar. Un verdadero amigo es aquel que está a nuestro lado en las dificultades, aquel que siempre nos comprende, sostiene y anima. Sin embargo, toda amistad humana es frágil, limitada. Las decepciones, los malentendidos, o el paso del tiempo pueden hacer que hasta los lazos más fuertes se debiliten. Pero hay una amistad que no falla, una que es eterna y perfecta: la amistad de Jesús.
Él nos ha llamado amigos, nos ha amado hasta dar su vida por nosotros, nos ha prometido que nunca nos dejará. Es el Amigo fiel que nunca nos traiciona, nunca nos abandona. Cuando todo parece desmoronarse, cuando el dolor o la soledad nos pesan, su presencia sigue siendo nuestro refugio seguro. En su Corazón encontramos el consuelo que nadie más puede darnos, la paz que el mundo no puede ofrecer.
Pero esta amistad no es solo un regalo para recibir, sino además una llamada. Jesús quiere que también nosotros le seamos fieles. No solo nos da refugio, sino que busca refugiarse en nosotros. En Getsemaní, su Corazón angustiado buscó consuelo en los suyos, pero solo encontró sueño e indiferencia. Hoy sigue buscando almas donde descansar, corazones que lo acojan, que lo amen, que lo consuelen por tanto rechazo y frialdad.
Nuestra amistad con Él no puede ser superficial ni intermitente. Jesús merece más que palabras bonitas o momentos de fervor pasajeros. Él espera fidelidad, presencia y entrega. Que en nuestras acciones diarias, en nuestras oraciones, en nuestra forma de vivir, Él encuentre el refugio que busca. Que podamos ser para Él un bálsamo, una medicina que alivie su Corazón herido por el pecado del mundo.
Señor Jesús, Amigo fiel:
Tú que eres mi refugio y mi tesoro,
enséñame a confiar en tu amistad,
a acudir a Ti en todo momento,
y a no dejarme llevar por las falsas seguridades del mundo.
Pero, sobre todo, Señor, haz de mi corazón un refugio para Ti.
Que puedas venir a mi alma y encontrar descanso; que en mis palabras, en mis obras, en mi amor, halles alivio a tu Corazón herido.
No quiero ser para Ti un amigo de ocasión, sino alguien en quien puedas confiar, que permanezca fiel junto a tu Cruz, como María y Juan.
Jesús, quiero ser para ti ese amigo fiel que es “medicina de vida”. Amén.