martes, 4 de marzo de 2025

PERDER PARA GANAR


    No hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el evangelio, no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más –casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones– y en la edad futura, vida eterna” (Mc. 10, 29-30). 


    Jesús responde a Pedro. Éste, con cierta inquietud, le pregunta qué recibirán aquellos que lo han dejado todo por Él. La pregunta brota del corazón de quien ha renunciado a seguridades humanas y se encuentra ante la incertidumbre del futuro. Pero Jesús no deja lugar a dudas: el que se desprende de algo por amor a Él no queda jamás empobrecido. Al contrario, recibe ya en esta vida una riqueza extraordinaria, aunque no en el sentido material que el mundo entiende. Esa riqueza incluye una nueva familia, la Iglesia, en la que el amor de Dios establece y multiplica lazos de fraternidad. También una nueva libertad, donde el desapego a las cosas materiales permite nuevas y más profundas alegrías.


    Pero Jesús añade algo más: “con persecuciones”. Seguirlo implica también cargar con la cruz. No hay seguimiento sin renuncia, ni fidelidad sin lucha. Sin embargo, estas persecuciones no deben ser motivo de temor, porque forman parte del camino que conduce a la vida eterna. Son signos de que vamos tras las huellas de Cristo, quien también fue rechazado, pero triunfó sobre el mundo.


    Esta es la verdadera paradoja del Evangelio: quien renuncia a todo por amor a Jesús no pierde nada, sino que lo gana todo. Y no solo en el futuro, sino ya en el presente, con la certeza de que todo sacrificio por Él está lleno de sentido. Seguir a Cristo es entrar en una lógica nueva, donde la renuncia se convierte en abundancia y la cruz en camino de gloria.


    Señor Jesús, dame un corazón generoso para seguirte sin miedo, sin cálculos ni reservas. Que en cada renuncia descubra la riqueza de tu amor y la alegría de saber que en ti lo tengo todo. Amén.

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