domingo, 2 de marzo de 2025

LA VERDAD FRENTE A LOS FALSOS MAESTROS


    “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?”  (Lc. 6,39-41).


    Hoy vivimos en un mundo donde muchos quieren erigirse en maestros y guías sin haber sido antes discípulos. Con el desarrollo de Internet y las redes sociales en esta era digital, cualquiera puede publicar sus opiniones, dar consejos, corregir a otros y presentarse como un creador de opinión.         Sin embargo, Jesús nos advierte del peligro de que un ciego pretenda guiar a otro ciego. Quien no tiene verdadera luz, quien no ha sido formado en la Verdad, no puede conducir a nadie por el buen camino. 

    La soberbia lleva a muchos a despreciar la guía serena y sabia de la Palabra de Dios, de la Iglesia, de la tradición cristiana… Prefieren erigir su propio pensamiento como norma, ignorando que la verdad no es algo que cada uno construye a su gusto, sino que es algo que se recibe con humildad.


    Del mismo modo, fijarse en la mota del ojo ajeno sin reparar en la propia viga es una señal de ceguera interior. Es la falta de objetividad de una cultura que ha hecho del subjetivismo su bandera. En este mundo, muchos creen que la verdad es lo que ellos piensan y dicen, que su percepción es suficiente para definir lo que está bien y lo que está mal; son muchos los que han pretendido morder el fruto prohibido del árbol de la ciencia del bien y del mal. 

    Pero un cristiano no puede caer en ese error: la Verdad no depende de nuestras opiniones, sino que tiene un fundamento objetivo, que es Dios mismo. La Palabra de Dios es la roca firme sobre la que debemos construir nuestra vida, y no las modas pasajeras o los discursos de quienes se autoproclaman guías.


    Jesús nos llama a la humildad: antes de pretender enseñar a otros, debemos aprender de Él. Antes de juzgar a los demás, debemos examinarnos a nosotros mismos con sinceridad. Solo quien ha dejado que Cristo sane su propia ceguera podrá ser luz para los demás.


    Señor, líbrame de la soberbia de querer ser maestro sin haber aprendido de ti. Enséñame a acoger tu Verdad con humildad y a no confiar en mi propio juicio por encima de tu Palabra. Ilumina mis ojos para que pueda ver con claridad y vivir en la Verdad. Amén.

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