Señor Jesús, hoy comenzamos la Cuaresma, este tiempo de cuarenta días en el que queremos seguirte al desierto, donde Tú ayunaste, oraste y venciste la tentación. Recibimos la ceniza sobre nuestra frente como signo de nuestra pequeñez, de nuestra fragilidad, de nuestra necesidad de conversión. Nos recuerdas que somos polvo y al polvo volveremos, pero también que estamos llamados a la vida eterna, si en este tiempo nos dejamos transformar por tu gracia.
Nos hablas de la limosna, la oración y el ayuno, tres caminos que nos conducen a ti. La limosna, cuando es verdadera, nos ayuda a romper las cadenas del egoísmo y a descubrir que en cada necesitado estás Tú. No nos pides que demos para ser vistos, sino que aprendamos a amar en lo oculto, con generosidad sincera, sin esperar nada a cambio, sabiendo que el Padre lo ve todo y se conmueve con nuestros gestos humildes.
Nos llamas a la oración, pero no a la oración que busca la aprobación de los hombres, sino a la que brota en la intimidad del corazón. Nos invitas a entrar en nuestra habitación interior, a cerrar la puerta y a hablar con el Padre, que está ahí, esperando en el silencio. Queremos aprender a orar como Tú, Jesús, que en la soledad del desierto te dirigías a Él con confianza filial. Que nuestra oración en esta Cuaresma sea auténtica, sencilla, escondida en el amor del Padre, que todo lo ve y todo lo entiende.
Nos hablas también del ayuno, no como una carga pesada, sino como una purificación del corazón. Nos enseñas a renunciar a lo superfluo para aprender a vivir de lo esencial, para redescubrir que el hombre no vive solo de pan, sino de cada palabra que sale de la boca de Dios. Que nuestro ayuno no sea triste ni vacío, sino lleno de sentido, como un gesto de amor hacia ti, que ayunaste cuarenta días por nosotros.
Jesús, en este tiempo santo de Cuaresma, ayúdanos a entrar en lo escondido, en ese lugar donde el Padre nos espera y nos mira con ternura. Queremos vivir estos cuarenta días como un tiempo de gracia, de búsqueda sincera de tu rostro, de propósitos firmes y renovados. Enséñanos a amar como Tú, a orar como Tú, a renunciar como Tú. Y que, cuando llegue la Pascua, hayamos dejado atrás todo lo que nos aleja de ti, para resucitar contigo a una vida nueva. Así sea.
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