“Habéis oído que se dijo a los antiguos: ‘No matarás’, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano ‘imbécil’, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama ‘necio’, merece la condena de la ‘gehena’ del fuego” (Mt. 5,21-22).
Señor Jesús, Tú nos revelaste que la caridad es el corazón de la Ley de Dios, y que el verdadero homicidio comienza en el desprecio, en la ira, en la palabra que hiere. Nos invitas a mirar a cada hermano como un reflejo de ti mismo, a ver en sus rostros el misterio de tu amor. Sin embargo, muchas veces nos dejamos llevar por el juicio severo, la impaciencia, la indiferencia… sin darnos cuenta de que lo que hacemos al más pequeño de los tuyos, a ti mismo te lo hacemos.
Dame, Señor, un corazón pacificado, un corazón que sepa reconocer tu presencia en cada persona. Que mi amor no sea solo palabra, sino gesto concreto, paciencia ofrecida, ternura llena de indulgencia. Que cuando me cueste amar, recuerde tu Cruz, donde diste la vida incluso por quienes te odiaban. Que cuando me sienta herido, acuda a ti antes de responder con dureza, para que en mí reine siempre tu paz y no mi orgullo.
Jesús, enséñame a ver tu rostro en el prójimo, especialmente en aquel que me cuesta amar. Que mis labios se abran para bendecir y no para herir, que mi corazón sea un refugio de misericordia y no un tribunal implacable. Que nunca olvide que al amar a mis hermanos, te estoy amando a ti. Así sea.
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