lunes, 3 de marzo de 2025

PECADO Y RECONCILIACIÓN

  


  “A los que se arrepienten Dios les permite volver, y consuela a los que han perdido la esperanza, y los hace partícipes de la suerte de los justos. Retorna al Señor y abandona el pecado, reza ante su rostro y elimina los obstáculos. Vuélvete al Altísimo y apártate de la injusticia y detesta con toda el alma la abominación” (Eclo. 17,24-26). 


    Hasta mañana continuamos leyendo en la misa el libro del Eclesiástico, que nos ha dejado cada día algunas perlas de la sabiduría de Israel.

    Hoy nos recuerda que el amor de Dios es infinito y su misericordia no tiene límites. A los que se arrepienten, Él les abre las puertas del regreso, porque no desea la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (Ez. 18,23). 

    Más aún, su gracia no solo perdona, sino que sana las heridas y consuela a los que han perdido la esperanza. No hay pecado tan grande que supere el amor de Dios; sin embargo, Él nos pide una respuesta: que nos volvamos a Él con sinceridad de corazón, dejando atrás el pecado.


    El regreso a Dios no es solo un sentimiento de pesar puramente interior, sino una decisión concreta de cambiar de vida. El Eclesiástico nos invita a “rezar ante su rostro”, es decir, a entrar en su presencia, y a “eliminar los obstáculos”. Esto implica reconocer con sinceridad qué cosas nos alejan del Señor y tomar medidas concretas para apartarnos del mal. No basta con un arrepentimiento superficial: es necesario detestar el pecado con toda el alma, porque el verdadero amor a Dios no admite la convivencia con aquello que lo ofende.


    Dios siempre nos busca sin descanso, aguardando nuestro momento. No importa cuánto hayamos caído; lo importante es la decisión de levantarnos y volver a Él. Su gracia nos fortalece en el camino de la conversión, nos devuelve la dignidad y nos hace compañeros y hermanos de aquellos que viven ya en su perfecta amistad.


    Señor, Padre de misericordia, Tú nunca te cansas de buscarme cuando estoy perdido. Dame un corazón contrito y sincero, capaz de apartarse del pecado por amor a ti. Ayúdame a eliminar de mi vida todo aquello que me aleja de tu presencia. Que mi oración sea verdadera y mi conversión profunda. Quiero volver a ti con todo mi ser y vivir en la santidad de tu amor. Amén.



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