lunes, 10 de marzo de 2025

EL AGUA QUE BAJA DEL CIELO


    “Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo” (Is. 55, 10-11).


    En estos días en que la lluvia cae con abundancia sobre nuestro país, el texto de Isaías de la misa de hoy resuena con una fuerza especial en nuestro corazón.

    La tierra se abre para recibir el agua que la fecunda y la hace germinar. Del mismo modo, nuestra alma necesita ser regada por la Palabra de Dios, porque sin ella quedamos estériles, incapaces de dar fruto. La Palabra de Dios no es un mensaje cualquiera, ni una doctrina más o menos teórica, sino una semilla viva que transforma la tierra en que cae, que actúa en lo hondo de nuestra existencia y la renueva desde dentro.


    Dios mismo nos asegura que su Palabra no vuelve a Él vacía. Cada vez que escuchamos la Escritura, que meditamos sus enseñanzas, que dejamos que su mensaje penetre en nuestra vida, algo sucede en nosotros. Puede que a veces no lo notemos de inmediato, pero como la lluvia que empapa lentamente la tierra, la gracia de Dios va operando en nuestro interior, fecundando nuestra alma, despertando la fe, renovando la esperanza y fortaleciendo el amor. No hay una sola Palabra divina que caiga en vano: a su tiempo dará fruto, si la acogemos con docilidad y confianza.


    Señor, que mi corazón sea tierra buena para recibir tu Palabra. No permitas que caiga en mí como en un suelo endurecido, sino que la acoja con humildad y alegría, dejándome transformar por ella. Que tu Palabra me fecunde, me haga crecer y me ayude a dar frutos de amor, de paz y de justicia. Amén.

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