jueves, 13 de marzo de 2025

MALOS PERO HIJOS


    “Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden!” (Mt. 7, 9-11).


    Jesús nos revela en el Evangelio de hoy dos verdades sobre nosotros mismos: por un lado, nuestra naturaleza herida por el pecado; y por otro, nuestra condición de hijos de Dios.


    Somos malos, afirma el Señor. No lo dice con desprecio ni con dureza, sino con la serena verdad de quien nos conoce hasta el fondo. Nuestra herida original nos inclina al egoísmo, a la búsqueda de nuestro interés, a la desconfianza. Incluso en nuestros mejores actos suele mezclarse un resquicio de orgullo o de amor propio. Somos incapaces de la pureza absoluta en nuestras intenciones. Sin embargo, en esa misma debilidad se abre una puerta a la gracia: porque sabemos que somos pobres, podemos pedir; porque reconocemos que estamos enfermos, buscamos a nuestro Médico.


    Y somos también hijos. Esta es la segunda gran verdad. Aunque caídos, aunque heridos, no estamos abandonados ni rechazados. Tenemos un Padre que nos ama, que no nos niega el pan de cada día ni nos engaña con un bien aparente y envenenado. Si hasta los padres humanos, con todas sus imperfecciones, dan lo mejor a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial nos dará lo que realmente necesitamos! Esta certeza nos llena de esperanza. No estamos solos en nuestra lucha contra el pecado, no tenemos que salvarnos con nuestras solas fuerzas. Dios mismo se adelanta a socorrernos, a bendecirnos, a darnos todo lo bueno que nos acerque a Él.


    Señor, me reconozco pecador, herido por mi propio egoísmo y por la debilidad de mi naturaleza. Pero también reconozco que soy hijo, amado por ti con un amor que no tiene límites. No quiero confiar en mis méritos, sino en tu misericordia. Dame, Padre, aquello que realmente necesito, aunque yo no siempre sepa pedirlo. No permitas que me pierda en mi ceguera, sino que reciba de ti el pan verdadero que alimenta mi alma. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario